Ayer (31 de mayo de 2013) el Consejo de Gobierno de la Región
de Murcia aprobó el nuevo acuerdo de interinos. Supone una indudable mejora
respecto al que había. Es una apuesta por la calidad de la enseñanza y, por
tanto, un paso en la dirección adecuada.
En febrero publiqué un artículo que daba cuenta del comienzo
de la transformación, los agentes que intervenían y sus respectivos talantes.
No todos, que luego se ha sumado más gente.
Por si interesa, coloco en mi blog este viejo artículo.
Para los que leéis desde fuera de Murcia: “La Merced” es una
de las sedes de la Universidad de Murcia.
El interino, la niña bonita y la isla de Laputa
Están a la gresca. Hace tiempo, la verdad. Pero últimamente
parece querer desbordarse.
En una reciente emisión de Radio Online Murcia el tema de la tertulia eran las oposiciones a
la enseñanza. Participan la presidenta de una Federación de padres de alumnos,
un sindicalista, la presidenta de la Sociedad de filosofía de la región de
Murcia (en paro tras obtener en la oposición la máxima calificación por sus
conocimientos) y la presidenta de la Federación mayoritaria de alumnos
(Feremur).
La presidenta de Feremur es estudiante, alumna de Derecho.
No es la única con estudios de Derecho, también afirma tenerlos el sindicalista
que defiende nítidamente los intereses de los interinos.
Uno se pregunta qué pinta una estudiante debatiendo sobre el
sistema de oposiciones. Pilar, que así se llama la presidenta, lo explica.
Realmente le afecta más que a ningún otro tertuliano. Más que a la presidenta
de la federación de padres, que declara no tener otro interés que conseguir que
se convoquen más plazas, que haya menos recortes. Más que el sindicalista cuyo
sindicato denunció a la Comunidad de Madrid por convocar unas oposiciones en
las que “primaban los conocimientos” de los opositores (algo así como si en
unas oposiciones a médico se primaran los conocimientos de medicina frente a la
simpatía o la capacidad de blanquear las batas). Más, incluso que la pobre
filósofa en paro que no veía justo que interinos que no habían logrado obtener
un mísero aprobado en conocimientos estuviesen trabajando (algunos ya con su
plaza de funcionario de por vida), mientras que ella sigue preparando
oposiciones habiendo obtenido la máxima nota.
La presidenta de Feremur
consigue convencer a quien quiera escucharla de que ella tiene más interés en
el asunto que el resto y, por tanto, al menos tanto derecho como los demás a
exponer sus argumentos. Su interés deriva de una doble vía. Por una parte, los
alumnos, representados en Feremur, son quienes recibirán las enseñanzas de los
profesores que obtengan plaza y si esos profesores son los mejores, la
enseñanza será la mejor (y con el mismo coste, que el buen y el mal profesor
cobran lo mismo). En segundo término, ocurre que hay alumnos universitarios,
representados también en Feremur, que aspiran a enseñar lo que ahora están
estudiando, aspiran a ser profesores de matemáticas, lengua o historia. Pero si
las oposiciones privilegian, como hacen las actuales (sí, esas que dejan en el
paro a la número uno en filosofía y dan la plaza a otro con un suspenso) a
quienes ya están, los jóvenes universitarios irán necesariamente al limbo del
paro. Y eso independientemente de que sean torpes o genios: no tienen ninguna
opción. Salvo que Laputa se digne atender a la realidad. Me refiero a Laputa, la
isla flotante descrita por Swift al relatar los viajes de Gulliver.
Poco después de la emisión
radiofónica, el correo electrónico de Feremur recibe el siguiente mensaje, que
copio literalmente sin ahorrar errores ni horrores: “No os lo voy a repetir ni
una vez mas: dejarnos a los interinos en paz de una vez y retractaros de lo que
dijisteis en la radio o vais a sufrir las consecuencias, es el primer y ultimo
aviso. Teneis hasta mañana si no quereis que la cara redonda de vuestra querida
Jimenez Losantos acabe estampada contra el suelo de la merced. Y pobre de
vosotros como le enseñeis esto a alguien, por que entonces seran las piernas y
no la cara lo que acabe roto. FACHAS HIJOS DE PUTA”.
Mala suerte para este interino, y no porque sean 13 (que son
más) las patadas que da al diccionario y la gramática española. Reclama, quizá,
su derecho a enseñar Lengua porque mientras otros pierden el tiempo estudiando,
por ejemplo, las reglas de acentuación o la diferencia entre el infinitivo
(“dejar-nos”) y el imperativo (“dejad-nos”), él dedica sus esfuerzos a enseñar
a los niños (a saber qué; gramática, no ¿serán competencias?, ¿serán valores?
Tiene que ser algo así.). Mala suerte, digo, porque la niña bonita de cara
redonda “tiene estudios de Derecho” y, en vez de acobardarse, ha difundido el
correo y lo ha puesto en conocimiento de la policía. Por si alguien tiene que
hacer algo.
Laputa. Nuestro interino habrá pensado que este modesto
articulista ha sumado una grosería al error de fundir un sustantivo y un artículo.
Pero quienes nos educamos antes de que se iniciara la destrucción de la
enseñanza que algunos intentan perpetuar sabemos que Gulliver realiza diversos
viajes. Se mueve entre enanitos en Liliput, entre gigantes en Brobdingnag. Y
en Laputa conoce a unos seres que viven literalmente en las nubes, sin pisar
para nada la realidad a la que dominan con sus leyes y su saber superior. Los
laputianos son tan listos, tan excelentes, que no tienen tiempo para las
miserias materiales. No se sienten aludidos cuando sus mujeres descienden a
tierra firme para cometer adulterio, por ejemplo. Su saber superior no puede
sentirse afectado por esos pequeños detalles.
Los laputianos, desde la nube, organizan la realidad, la
tierra firme de la que extraen su riqueza. El único problema en ese mundo
perfecto de Laputa es que no son capaces de ver lo que está pasando: organizan
una realidad que desconocen. Tienen los laputianos, para eso, necesidad de un
asistente que de vez en cuando les propine un a modo de colleja y les haga
centrarse. Algo así como una niña bonita de cara redonda que les recordase a
los responsables de educación para qué se realizan las oposiciones. Quizá para
conseguir que los mejores se encarguen de formar a las nuevas generaciones.
Podría decirse que esto de Gulliver es una fábula de
gigantes, enanos, laputianos y otros seres curiosos. Como la fábula aquella de
la niña bonita de cara redonda que tuvo que aguantar insultos y amenazas,
aunque ahí no hay mucha duda sobre quién es el enano y quién posee la grandeza de
decir que el rey está desnudo o de hablar de realidad en la isla de Laputa.
Ya sin fábulas. Enhorabuena a Feremur en general y a su
presidenta en particular. Por vuestras ideas y por vuestro talante. Por vuestra
valentía al apostar, contracorriente, por una educación de calidad. Seguid así.
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