A Dios pongo por testigo de que no volveré a pasar hambre.
Pertenezco a una generación a la que Escarlata O’Hara puso
los pelos como escarpias con esas palabras. En pantalla grande, que aquello no
cabía en una sesión de sobremesa ¡Qué fuerza, qué nervio, oiga!
Argumento sólido, puesta en escena magnífica, actores de
primera: había que ver a Vivien Leigh y a Clark Gable dándole la réplica. No
obstante, no me extrañaría que los yanquis, esos insensibles liberales, no les
hubieran dado ninguna subvención.
Y, claro, todo se fue con el viento, gone with the wind, que dirán los que pronuncian desmayadamente Scarlett en vez de Escarlata. Tiene eso
el viento, que va y viene. Cualquiera le pide cuentas. Algo intentan los
meteorólogos, grandes expertos en predecir el pasado climático casi con la
misma precisión que emplean los economistas en la predicción del pasado
monetario. Porque estas ciencias emergentes tienen muy a gala eso de la
predicción.
Tampoco recibe subvenciones el foro liberal que vicepresido
en mis ratos libres, Ciudadanos para el
progreso. Ni las hemos pedido, antes al contrario, en las entrevistas que
hemos ido manteniendo con diversos gobernantes. Como manda la cortesía, hemos
informado en primer lugar a nuestros miembros y simpatizantes del contenido de
tales reuniones; como mandan los tiempos, también hemos dejado constancia en
nuestro blog y página de Facebook
para información de quien desee estar al tanto.
Una idea me parece destacable. Sobre ella hemos apoyado
buena parte de las propuestas que hemos debatido y dejado sobre la mesa de las
autoridades que nos han recibido. Me refiero a la cuestión del llamado dinero
“público”.
Recordarán pretéritas ministresas diciendo que el dinero
público no es de nadie. Concreción donde las haya del visionario califa de los
creyentes en el inminente advenimiento del paraíso socialista cuando, en vez de
dedicarse a sus zapatos, proclamaba que el dinero público es del viento. Y ahí
queda eso.
No es de extrañar, pues, que el dinero público bajo los
auspicios del socialismo se vaya con el viento que, ya lo dijimos, viene y va y
nadie sabe dónde está (del viento hablo, naturalmente). El viento se va y el
solar patrio ahí se queda, hecho unos zorros. Y el que venga detrás que arree,
¡a ver si se atreve a mover una subvención de sitio!
Es sabido, a qué negarlo,
que los liberales somos muy abiertos en cuestión de creencias: los hay quienes aceptan
unicornios y elfos del bosque, incluso creyentes en elefantes rosa, así como
quienes no creen en nada de eso ni de lo otro. Eso sí, en materia de dinero
“público” la unanimidad es total: nadie se traga esa bola.
El dinero es la objetivación
de la riqueza, lo que el ciudadano obtiene con su trabajo, su esfuerzo, su
ingenio. Y luego viene el Estado y, con mil argucias nos va sustrayendo el
fruto de nuestros sudores. No quiero hacer sangre recordando cómo se nos va
friendo a fuego lento: desde cobrar por vivir en mi casa o aparcar el coche en
la calle (casa y coche pagados con mi dinero, más impuestos; calle pagada con
mi dinero, vía impuestos); en fin, que sólo un niño al que papá le paga todo
puede ignorar que a cada paso que damos el Estado nos mete la mano en el
bolsillo.
Normal que el niño ignore
esta realidad. Normal que la mentalidad infantil considere que el dinero
público es del viento y pida más gasto público y la luna con eclipse
subvencionado, ya puestos. Claro, si el dinero público no es de nadie, pues
gastemos más: talmente como el chiquillo que siempre sale llorando de la feria
porque siempre quiere más jarana de la que papá financia. Si no es de nadie, si
el gasto público no lo soporta nadie: gastemos más y ahí me las den todas.
Estas mentalidades
infantiles olvidan lo que los liberales afirmamos rotundamente: el dinero
público es mío. Y de quien me lee. Y de quien no me lee. Que todos pagamos el
agua, la luz y mil cosas más que alimentan al Leviatán. Y la única
justificación que tiene el Estado para hacerse con lo que es mío es usarlo para
gestionar una serie de servicios (Sanidad, educación, justicia) en mi beneficio
y el de otros muchos, llamémosle “sociedad en su conjunto” a falta de mejor
nombre.
Tiene por eso el gobierno
papel de administrador de mi dinero y, por tanto, debe rendir cuentas de su
gestión. De ahí deriva la primera de las propuestas que hemos ido presentando:
transparencia en la gestión pública. ¿Que hacen falta no sé cuantos liberados
sindicales y no sé quintos funcionarios?, ¿que se requieren tales edificios y
cuales fundaciones? Es posible, pero que se sepa dónde va a parar hasta el
último euro “público”.
En los tiempos que corren,
hasta con un internet caro y torpón, podríamos tener esa información al alcance
de un clic. Falta eso que llaman “voluntad política”, tan sensible a la
“opinión pública”. Por eso quiero aportar aquí mi granito de arena.
La próxima vez que oiga
pedir subvenciones, gasto público o que se saque lustre a un ilustre gurruño,
tiéntese el bolsillo porque esa feria la tiene que pagar usted.
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