martes, 18 de junio de 2013

14.2. Los asesinos no existen

Corrado Sarri (1929)


«Si les dejáramos, a todos se les metería en la cabeza convertirse en nuestros padres y maestros; a todos, hasta a los Grillos-parlantes».

Cuando Pinocho se quemó los pies, Geppetto dejó obrar al sufrimiento, al mal, con fines educativos. Pinocho podría recordar ese momento o, lo que es lo mismo, podría tener presente que en el mundo real ocurre que los avisos de los padres y los maestros tienden a evitar un mal real.

Pero Pinocho hace tiempo que optó por la fantasía. Y ahí las cosas son de otro modo:
«Menos mal que yo no creo en los asesinos, ni he creído nunca. Para mí que los asesinos han sido inventados aposta por los padres, para meter miedo a los niños que quieren salir por  la noche».


Ahora supone que toda advertencia de un mal es una estratagema para atemorizar a los niños. Para controlarlos más eficazmente.

Es importante caer en la cuenta de cómo evolucionan las cosas. Una vez que se inicia un proceso, se desarrolla según sus propias leyes, independientemente de la intención con que se puso en marcha.

Así ocurre con la Zorra y el Gato. Empezaron mintiendo para robar, lo cual les ha convertido en mentirosos y ladrones. Pero en el capítulo anterior el Grillo parlante ya previene a Pinocho no contra los ladrones sino contra «los asesinos». ¿Son asesinos o simples mentirosos? Podríamos decir que, en realidad, son ladrones porque su objetivo es el dinero. También podríamos decir que son asesinos si, como parece anticipar el Grillo, están dispuestos a matar para conseguir las monedas.

Así ocurre también con Pinocho. Hemos visto el itinerario que lo ha llevado desde su deseo de conseguir dinero para su padre hasta el empecinamiento que desprecia los indicios más elementales, la voz del Grillo y, al fin, a encerrarse en su mundo de fantasía.

Los sueños son, a veces, expresión de una visión penetrante. Es una mirada que reconoce y valora admirativamente lo bueno del mundo. Puesto que «no hay mayor alabanza de un objeto que la admiración» (Baltasar Gracián, El criticón), se trata de una mirada que genera alegría ante el bien que se contempla y admira. Pero al mismo tiempo percibe que todavía cabe más, que esa realidad maravillosa puede ser aún mejor. Y que esa perspectiva de lo bueno y lo mejor sólo será real si nos ponemos manos a la obra: esa es la persona ilusionada. Ya hablamos de ello al contraponer los caracteres de Geppetto y maese Cereza. La ilusión, la admiración o la esperanza que, al decir de Aristóteles, es “el sueño del despierto” son el motor para transformar la realidad, para llevarla a su mejor posibilidad. Se trata, por tanto, de un movimiento que toma su fuerza de la contemplación de lo óptimo y trabaja esforzadamente sobre la realidad. No pierde la realidad: la comprende, la ve en su mejor posibilidad y la transforma en esa dirección.

Otra cosa es el iluso, el que queda atrapado en las fantasías insustanciales y da la espalda a la realidad. Este es el caso de Pinocho en este capítulo. Lejos de la realidad, ve cualquier irrupción del mal como una fábula, un engaño destinado a forzar su espontaneidad. Ahí, en su fantasía, él se ve fuerte y sabio. Sabe que los asesinos no existen (sólo son una invención) y que, por tanto, no pueden hacer daño, no hay que temerlos. No dan miedo porque no existen. Y, si existieran, él les haría frente con firmeza y les haría retroceder: el mal imaginario es fácilmente vencido en la imaginación.

Pinocho evita así el temor. Pero ¿es sensato hacerlo? Si el mal es real, ¿no sería razonable alarmarse?

El miedo es una reacción natural útil, una consecuencia normal de percibir un mal. El miedo alerta de que algo malo puede realmente suceder y, por eso, permite que adoptemos la actitud adecuada, que tratemos con una realidad dañina que se nos viene encima. En ese trato con la realidad es como forjamos nuestro carácter. De modo que quien exagera los peligros y huye de todo, se vuelve apocado. Quien, por el contrario, no ve en nada peligro se vuelve imprudente. El modo correcto de tratar con el peligro, con el mal posible, es reconocerlo como lo que es: un daño que puede ocurrir y ante el cual a veces hay que huir (no por cobardía, sino porque es inevitable) y otras hay que afrontarlo con firmeza.

La superación del miedo, del miedo ante un mal real, forma parte de la fidelidad a nosotros mismos. El miedo nubla fácilmente la razón y nos lleva a obrar estúpidamente. Cuando alguna vez hemos cedido, una vez pasada la ofuscación, podemos decir: “no era yo” que es un modo de reconocer que en esos actos no hemos sido capaces de mantenernos a la altura que nos es debida, hemos caído más o menos bajo.

La fortaleza que se requiere para resistir al mal tiene algo de heroico porque se desarrolla en el seno del dolor. Resistir el miedo, mantener la sensatez en medio del peligro no produce alegría, pero permite no dejarse absorber por el dolor, hacer el mejor papel posible dadas las circunstancias. De modo que, aunque no podemos estar alegres en el seno del mal, tampoco nos domina la tristeza.

Sería más cómodo superar los males, los peligros y el miedo sin el más mínimo esfuerzo, sin ninguna pérdida ni dolor. Pero eso sólo ocurre en la fantasía del iluso. Ahí Pinocho se desembaraza fácilmente de los asesinos. El problema es que la realidad acaba por imponerse y, tras su valiente hazaña, ahora llega una realidad  para la que no está preparado. Los asesinos:
«Eccoli davvero: Ahora están aquí de verdad».

No parece que los asesinos tengan intención de respetar su espontaneidad, tan maltratada por los consejos de padres, maestros y Grillos parlantes. No parece ni siquiera que vayan a tener la delicadeza de permanecer en la fantasía de Pinocho. Parece, más bien, que el mal real está aquí. Y algo tendrá que hacer Pinocho.

Pero será en la próxima entrada.




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