Cuando la naturaleza no es suficiente
Historia de una gaviota y el gato… 02
Manuel Ballester
Kengah habla de su gusto por las banderas y los lenguajes
humanos. Su compañera de vuelo saca la conclusión obvia: «lo más notable [de
los hombres] es que a veces hasta consiguen entenderse».
Si el hombre, a diferencia del animal, descubre y nombra una gran riqueza en la realidad, en el mundo, es por dos motivos. En primer término, porque esa riqueza es algo real.
En segundo lugar, el ser humano tiene
la capacidad de descubrirlo, nombrarlo, pensarlo; es decir, el hombre puede
entender. Como puede ver y andar, lo cual no significa que todos los seres
humanos vean, anden y entiendan perfectamente. Unos son atletas profesionales y
otros andan renqueando, unos tienen una vista excelente y otros están cargados
de dioptrías.
Pero el ser humano quiere ver, andar y entender: son
actividades propiamente humanas, realizándolas llevamos a cabo acciones que nos
proporcionan agrado en cuanto que sentimos que son algo que nos es
profundamente propio. A veces entendemos fácil y directamente; otras, nos
ayudamos de un ensayo; otras, de una novela o una fábula.
Las gaviotas entendieron perfectamente lo que sus guías le
decían. Se sumergieron en el agua y «al salir a la superficie, cada gaviota
sostenía un arenque en el pico». Porque, como ya dijimos, el lenguaje animal es
preciso: un arenque es comida y se trataba de eso.
Se trata de alimentarse, recuperar fuerzas, integrarse como
uno más en la bandada. Seguir las pautas de la naturaleza según las cuales las
hembras «se entregarían a grandes festines de sardinas y calamares mientras los
machos acomodarían los nidos al borde de un acantilado»; es un itinerario vital
estupendo, su ciclo vital.
Pero a veces ocurre algo que interrumpe ese itinerario
natural. Porque en la naturaleza también hay depredadores (la fábula sería otra
si fuesen los arenques quienes hablaran, por ejemplo), hay accidentes,
catástrofes…
Este capítulo acaba con la amenaza de un peligro que Kengah
no ve venir. Estaba dando cuenta de otro arenque y «cuando Kengah sacó la
cabeza del agua se vio sola en la inmensidad del océano».
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