Sepúlveda, Historia de una gaviota y el gato que.... 0
El narrador, la historia y el lector
Luis Sepúlveda es un
autor conocido.
Mis primeros contactos con él fueron Un viejo que leía novelas de amor e Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar. Después leí más, bastante más.
Además de por su
escritura, Sepúlveda es conocido por sus filiaciones políticas y su apoyo a
determinadas causas. Esa singularidad le proporciona a él y a su obra
adhesiones y rechazos por partes iguales. Así, por ejemplo, cuando considera
que el Che es «el hombre más
universal que ha dado América latina» (Patagonia express) o impulsa el
esquema ideológicamente simplón que considera la bondad roussoniana y arcana
sabiduría de los nobles hombres mapuche frente a la “manada del hombre”
occidental (Un perro llamado Leal), que es torpe y malo hasta la crueldad y
usa “armas de matar” (frente a los Mapuche o los partidarios del Che, que al
parecer usan “armas de reanimar”, si se permite la ironía).
Como digo, hay en la obra de Sepúlveda innegables rasgos
ideológicos que atraen o repelen a quienes sienten afinidad o rechazo por su
visión del mundo, el puesto del hombre en el cosmos y su papel en la vida.
Pero no es menos cierto que su tono narrativo es correcto,
sabe contar historias y lo hace bien. La Historia de una gaviota y del gato que le
enseñó a volar es una buena
historia. A mi juicio, una historia que vale la pena contar a los Mapuches y a
los hombres blancos. Todos disfrutaremos de esta bonita historia bien contada.
Algunos, los que presten atención, quizá también aprendan algo. De la belleza
del lenguaje y del mundo. Y de qué tiene que ver esa belleza con nuestras
vidas.
La historia la cuenta
Sepúlveda, sí. Quienes rechacen la ideología de Sepúlveda pueden olvidarse del escritor
y centrarse en la historia. Porque aquí el narrador ha hecho como los shuar, esos indígenas amazónicos que «se
alejan al finalizar una historia, evitando las preguntas engendradoras de
mentiras» (Un viejo que leía novelas de amor). El narrador ha dejado ahí la
historia y se ha alejado. Sólo queda la historia. Y el lector.
Como digo, me parece
que la historia vale la pena. Por eso le he rendido el homenaje que, a mi
juicio, merecen las buenas historias: releerla, leerla despacio y con esmero.
Hace tiempo que desarrollé el hábito de escribir para fijar la atención, para entender
mejor lo que leo, que es un modo de dialogar con la historia. Después de releer
despacio esta historia de la gaviota y el gato me he encontrado con un material
que quizá le agrade a alguien. Que quizá ayude a alguien.
Y he decidido dejarlo
aquí. Con el lector. Por si interesa.
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