Zambrano o el sentirse mirado por la realidad
Manuel Ballester
Se cumple estos días el treinta aniversario de la muerte de María
Zambrano (Málaga, 1904-Madrid, 6 de febrero 1991).
Cabe ver en ella una doble vertiente de índole diversa. Por una parte, hay una dimensión ideológica y, por otro lado, un pensamiento filosófico.
Algunos estudiosos han calificado a Zambrano como una “miliciana
de la cultura” que se paseaba por Madrid en el verano del 36, no con la pluma
sino con la pistola al cinto. En ese sentido, es ilustrativo recordar que
cuando estalló la Guerra Civil española (julio 1936) Ortega fue visitado en su
domicilio por varios milicianos armados pidiéndole su firma en favor del
gobierno republicano. Ortega estaba enfermo y no los recibió. Por motivos de
seguridad se trasladó a la Residencia de Estudiantes. Allí lo visitó María
Zambrano llevando pluma y pistola. Ortega firmó y ese mismo mes de julio
abandonó España. Ya a salvo, en el exilio, escribirá “En cuanto al pacifismo”
donde recuerda este episodio y su repercusión internacional: “Mientras en Madrid los comunistas y sus afines
obligaban, bajo las más graves amenazas, a escritores y profesores a firmar
manifiestos, a hablar por radio, etc., cómodamente sentados en sus despachos o
en sus clubs, exentos de toda presión, algunos de los principales escritores
ingleses firmaban otro manifiesto donde se garantizaba que esos comunistas y
sus afines eran los defensores de la libertad”.
María se casó en
septiembre de 1936. Su marido es nombrado secretario de la Embajada de España
en Chile y hacia allí partieron en octubre. Regresaría a España ocho meses
después.
En julio de 1937 participa en el Congreso de Intelectuales
Antifacistas (Valencia) donde coincidirá con Julien Benda. Este autor
abandonará más adelante la sumisión al comunismo estalinista y denunciará la
traición de buena parte de los intelectuales del siglo XX a su tarea esencial.
El intelectual, sostiene Benda en La
trahison des clercs (1947), ha tenido siempre como vocación la búsqueda de
la verdad y la denuncia de la falsedad. En vez de avisar del peligro, el
intelectual de ese siglo se ha dejado llevar por las “pasiones políticas”. Esta
tesis puede hallarse también en títulos como El opio de los intelectuales (1955) de Raymond Aron. A ella alude
también Ortega cuando denuncia en el texto citado más arriba la “frivolidad y la irresponsabilidad frecuentes en el
intelectual europeo”. En ese contexto cabe encuadrar parte de la acción
y la obra de María Zambrano.
Al margen de su apoyo (con la pluma y la pistola) al
totalitarismo, cabe ver en María Zambrano otro aspecto independiente de lo
anterior y lleno de valor. Nos referimos a ello a continuación.
En la universidad de Madrid, donde estudió filosofía, recibe
el influjo de pensadores como Ortega y Gasset, Zubiri o García Morente. En este
ámbito es donde su obra encuentra una matriz fecunda.
Notablemente influido por Kierkegaard, ya Unamuno había
señalado la necesidad de enfocar la especulación hacia “el hombre de carne y
hueso” (Del sentimiento trágico de la
vida, 1913). La orientación ilustrada, racionalista, idealista, había
llevado a la construcción de sistemas pero, como señala María, ahí «la primera
realidad que al hombre se le oculta es él mismo». Se conoce el mundo, el
universo. Pero el mundo humano, la historia, la dimensión concreta y
psicológica del ser humano, permanecen ocultas para la racionalidad
científico-técnica.
Hará falta un nuevo enfoque. Un nuevo uso de la razón. Será
esta la tarea emprendida por Ortega mediante la “razón vital”. Y en esa estela
cabe entender a María Zambrano cuando postula la llamada “razón poética”.
María responde al anhelo radical: lo quiere todo. Quiere
entender y sentir. Al mundo y al hombre. A sí misma y al otro. Quiere
contemplar la realidad tal como es. Y la realidad no es concepto. Es
palpitante, vital. Nos sentimos inmersos en ella. Luego vendrá el intento de
comprenderla y vestirla de palabras.
La modernidad se había pensado antropocéntrica. El hombre
como centro. No lo ve así Zambrano: «la realidad toda, “las circunstancias” en
su totalidad, se configuran en un centro y en una periferia. El centro es el
lugar de lo sagrado». El hombre puede pensarse como centro. Pero yerra. Porque
se siente inmerso en la realidad junto a otras cosas que también son, junto a
otros hombres que también existen. No sólo eso: sabemos que más allá de
nuestros modos de pensar el mundo, late algo que nos mira y que es como «esa
especie de placenta de donde cada especie de alma se alimenta y nutre, aún sin
saberlo». Ese algo es lo sagrado.
Hay que subrayar rápidamente que lo sagrado no se identifica
con lo divino. «Entendemos por sagrado lo oculto y misterioso; lo no revelado,
ambiguo, ambivalente; de lo que no se puede dar razón». Por su parte, los
dioses son los modos en que el hombre ha tratado con el fondo sagrado de la
realidad: «Los dioses han sido, pueden haber sido inventados, pero no la matriz
de donde han surgido un día, no ese fondo último de la realidad, que ha sido
pensado después, y traducido en el mundo del pensamiento como ens realissimus. La suma realidad de la
cual emana el carácter de todo lo que es real».
La realidad, de la que somos una parte singular, es
fascinante. La inteligencia humana descubre nuevos aspectos maravillosos cuando
aplica su atención al mundo; al mundo físico y al mundo histórico o moral.
Podría pensarse que, en cierto sentido, cada pensador queda
entusiasmado en el disfrute de un aspecto de lo real con el que ha sintonizado
particularmente. Dar con ese aspecto es señalar la perspectiva desde la que
podemos entender su actividad, su sentir y pensar. Desde esta perspectiva,
puede afirmarse que el núcleo esencial del pensamiento de María Zambrano
consiste en indagar en torno al tránsito de lo sagrado a lo divino.
En ese sentido, El
hombre y lo divino (1955) es la obra paradigmática para abordar a la
pensadora malagueña quien, con motivo de la segunda edición (1973) señala: «No
está en este pensamiento hacer de El
hombre y lo divino el título general de los libros por mí dados a la
imprenta, ni de los que están en camino de ella. Mas no creo que haya otro que
mejor les conviniera».
En ese contexto, Zambrano recupera, ennoblecidos, temas como
la memoria, el otro o el amor. Porque la razón poética es razón pero razón
cálida, del hombre concreto que busca entenderse, que ve las cosas pero aspira
a percibir el ser de las cosas porque aplica la atención de un modo nuevo, con
una mirada nueva.
El Dios de los filósofos, el de Aristóteles, es Pensamiento
puro y Motor Inmóvil que move il sole e
l'altre stele, como afirma Dante: mueve todo pero a él nada lo mueve. El
hombre concreto anhela lo imposible. Se siente mirado, pero «sin ver». Y aspira
a más. Quisiera ver. Más aún. Quisiera, además, sentirse amado. Pero eso es
imposible: haría falta un Dios que amase a ese hombre de carne y hueso. Y
entonces se movería para abrazarlo.
Publicado en Aleteia
el 6 de febrero de 2021:
https://es.aleteia.org/2021/02/06/zambrano-o-el-sentirse-mirado-por-la-realidad/
No hay comentarios:
Publicar un comentario