martes, 2 de febrero de 2021

Encantamiento y desencanto

 

Entusiasmo por la realidad (4)

 

 



Encantamiento y desencanto

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

El mundo está lleno de máquinas fruto del saber científico-técnico. Desde un frigorífico a una nave espacial pasando por un ordenador o una bicicleta. Esa realidad no significa que tengamos un mayor conocimiento de las condiciones que hacen posible nuestro nivel de vida. Significa que, si quisiéramos, podríamos averiguar cómo funciona el coche, el ordenador o la nave espacial. Y esto implica que, aunque no tengamos ni idea de cómo funciona el frigorífico, estamos plenamente convencidos de que su funcionamiento es debido a leyes y procedimientos perfectamente cognoscibles y dominables por cualquier ser humano que disponga de tiempo e interés. Dicho negativamente: no hay nada misterioso, nada fabuloso, nada maravilloso, subyaciendo en el funcionamiento de las cosas.

Esta mentalidad, nacida del auge de la visión científica, se traslada también al mundo natural. Se piensa así que cualquiera que disponga de tiempo e interés averiguará los mecanismos que rigen los fenómenos atmosféricos, las órbitas planetarias, el crecimiento de las flores o la vida de los animales. No hay misterio.

El hombre civilizado, moderno, científico, se caracteriza por mirar al mundo como un mecanismo cuyos engranajes serán desvelados en cualquier momento. Mirar al mundo con entusiasmo, con admiración, sería lo propio del hombre primitivo, salvaje. El talante del hombre moderno es descrito por Weber como desencanto (die Entzauberung der Welt). Algo así como si el niño perdiera la ilusión, la magia (Zauber), al descubrir los hilos que mueven las marionetas. Algo así como si la marioneta perdiera su poder mágico y evocador (zaubern) al ser des-cubierto su mecanismo.

En ese sentido, el propio Weber, en su célebre La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1904-1905) señala que el desencanto y la creciente racionalización de las sociedades occidentales está llevándonos a vivir dentro de un orden social burocratizado, regido por la eficiencia y el cálculo racional que denomina “jaula de hierro” (stahlhartes Gehäuse) que constriñe nuestras vidas.

Y cabe esa posibilidad. Puede pensarse que así es el mundo y la vida. Es posible asumir los límites de la “jaula de hierro” y pensar que la única posibilidad es convertirse un engranaje más importante dentro de la máquina del mundo y la sociedad. No es muy halagüeño, pero es posible. Algo de esto cabría entenderle a Kafka.

Es una opción vital. Quizá la más frecuentada. Quizá la más fácil. Pero no es la única. Ni es la mejor.

Porque también pudiera ser que a mayor conocimiento haya mayor admiración. ¿Acaso el niño que descubre los hilos no continúa disfrutando del teatro de títeres? ¿Y no es verdad que es fascinante descubrir (es decir, conocer) las leyes que rigen el macrocosmos y el microcosmos desde mucho antes de que al hombre se le ocurriese mirar científicamente en esa dirección? Es más, ¿no es verdad que los conocimientos que vamos obteniendo son siempre parciales? ¿no es verdad que el todo seguirá siendo más que la suma de sus partes?

Mirar al hombre y decir que es sólo los aspectos reales que la física, la química, la biología, la antropología, la sociología o la economía son capaces de ver en él significa no entender que el hombre es un todo y que las ciencias sólo conocen partes. De hecho, “la ciencia nos ha prometido la verdad. No nos ha prometido jamás ni la paz ni la felicidad” (Gustave Le Bon, Psicología de las masas). La naturaleza y el hombre son totalidades de sentido. Nuestra vida y nuestro mundo tienen sentido. Y contemplarlos desde esta perspectiva es abrirse al amor, la felicidad y otras realidades de este ámbito.

No se trata de que la ciencia nos proporcione el conocimiento sobre la realidad (el mecanismo, el engranaje, los hilos de la marioneta) y que podamos inhibirnos. No se trata de mirar para otro lado sino de mirar ahí mismo con mayor profundidad.

Quien piensa que al descubrir los hilos de la marioneta ha entendido y des-encantado todo, ignora más que sabe. Porque a la marioneta la mueve el hilo… siguiendo el guion del autor de la obra. Y decir que al conocer los hilos, el mecanismo, se conoce todo es como decir que al saber sobre el papel, la tinta y el alfabeto ya se ha entendido el poema. Quien así razona piensa que ya lo tiene todo cuando la verdad es que se pierde lo mejor, lo más entusiasmante. Piensa tenerlo todo pero está más cerca de no tener nada.


Publicado en Letras de Parnaso, nº 66, p. 11:

2 comentarios:

  1. Los neurocientíficos están a punto de descubrir la verdad última: la molécula química y la zona del cerebro donde reside la dignidad humana, muy cerca de la zona del entusiasmo, donde nos llenamos de Dios.

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