La trilogía orwelliana.
2. El socialismo soviético
Manuel Ballester
En la entrega anterior de esta trilogía mostramos que Homenaje a Cataluña (1938) relata los
descubrimientos de Orwell (1903-1950) a raíz de
su participación en la guerra de España. Ahí, desde un compromiso con el
socialismo, constata y denuncia que el socialismo es esencialmente un sistema
de difusión del odio mediante la mentira.
En sus dos obras célebres posteriores (Animal Farm y 1984) va a profundizar en el análisis del camino del totalitarismo que masacra a Occidente a lo largo del siglo XX hasta la actualidad.
Mientras que las versiones de
Animal Farm. A fairy story (1945) en
otros idiomas simplemente lo vierten al francés (La Ferme des animaux), alemán (Farm
der Tiere) o italiano (La fattoria
degli animali), en español se ha hecho célebre una “interpretación”: Rebelión en la granja.
Cuando en agosto de 1945 Secker
& Warburg publicó Animal Farm dio
muestra no sólo de acierto editorial sino de coraje. Conviene recordar que había
sido rechazada por cuatro editoriales, entre ellas Faber & Faber cuyo
director cumplió con la cortesía al elogiar la obra y al autor (al que comparó
con Jonathan Swift) mientras declinaba la publicación alegando sus dudas sobre
que la obra de Orwell expresase «el punto de vista correcto desde el cual
criticar la situación política en el momento actual». El director de Faber &
Faber, T.S. Eliot, que recibiría el premio Nobel de Literatura poco después
(1948) se mostró sensible al “momento actual” y pensó que la obra podía
“crispar” la delicada situación por la que atravesaba el mundo.
¿Cuál era esa situación? En febrero de 1945 en la
conferencia de Yalta se sentarán juntos los aliados: Roosevelt, Churchill y
Stalin. ¿Previó Eliot que la publicación de un relato breve, “A fairy story”, tendría tanto alcance o, simplemente,
optó por no tentar a la suerte? Que, en la fábula, el papel de los líderes (Lenin,
Trotsky, Stalin) fuera desempeñado por cerdos, no ayudaba “en esos momentos”. Sobre
esta cuestión es interesante leer el prólogo que, con el título “La libertad de
prensa”, escribió Orwell para Animal Farm
y que no sería publicado hasta 1971.
El relato es una metáfora de
la revolución socialista en Rusia. Con un lenguaje de fábula, se hace
fácilmente reconocibles tanto los acontecimientos fundamentales cuanto los
personajes concretos. Recordémoslo someramente.
La revolución en la granja ocurre accidentalmente, pero hubo
una preparación. Una concienciación de que los animales son explotados, la vida
es dura. Trabajo y miseria. Pero no por azar. La pobreza de los animales es
debida a la rapiña: “el hombre les roba”. El hombre roba y causa así la dureza
de la vida, la miseria, la esclavitud y, en resumen, todos los males. Se
elabora así el primer elemento de un proceso revolucionario: tenemos al enemigo,
el Hombre.
La determinación del enemigo tiene, además, un efecto
singular ya que crea dos campos enfrentados. Por una parte, el hombre, el
capitalista, el ladrón y opresor; en otro lado, nosotros, camaradas, oprimidos
y explotados: «Todos los hombres son enemigos. Todos los animales son camaradas».
Claro, simple, diáfano el campo. Nítido el camino: «El Hombre es el único
enemigo real que tenemos. Quitad al Hombre de la escena y el motivo originario
de nuestra hambre y exceso de trabajo será abolido para siempre».
Sobre este escenario aparecen una serie de actores. Los
cerdos, en primer lugar, son «trabajadores del cerebro», luego veremos
gallinas, caballos, perros, ovejas… en fin, «todos iguales, cada uno trabajando
de acuerdo con su capacidad».
En esta nueva sociedad los animales son felices pero tiene
necesidad de regulación. Se establecen unos mandamientos; concretamente siete.
Esos mandamientos se resumen así: «cuatro patas, sí; dos pies, no».
Fuera todo lo humano, fuera todos los hábitos culturales,
fuera incluso la naturaleza… Uno de los cerdos intenta conseguirlo mediante
comités de reeducación. Lo intenta, aunque siempre hay algún reaccionario, como
los gorriones: «La gata se incorporó al Comité para la reeducación y actuó
mucho en él durante algunos días. Cierta vez la vieron sentada en la azotea
charlando con algunos gorriones que estaban fuera de su alcance. Les estaba
diciendo que todos los animales eran ya camaradas y que cualquier gorrión que
quisiera podía posarse sobre su garra; pero los gorriones mantuvieron la
distancia».
Otro cerdo, Napoleón (figura de Stalin), centra sus
esfuerzos en otra línea. Su objetivo no es mejorar las condiciones de vida sino
controlar el proceso revolucionario y toda la sociedad. Por eso no pretende
tanto reeducar a los adultos, sino educar a las nuevas generaciones. Usa las
ovejas para evitar el diálogo y así, como medios de comunicación, cada vez que
en el debate surge una cuestión incómoda, repiten el lema “cuatro patas, sí;
dos, no”. Expulsa y demoniza al cerdo rival (figura de Trostky que, una vez
eliminado el “enemigo”, el hombre, pasará a ser el nuevo enemigo que explica
las disfunciones del paraíso). Va modificando las reglas de funcionamiento de
la sociedad, los mandamientos (de “Ningún animal dormirá en una cama” a “Ningún
animal dormirá en una cama con sábanas”),
su resumen (de “cuatro patas, sí; dos, no” a “cuatro patas, sí; dos, mejor”) y,
finalmente, halla la fórmula que suprime y expresa la esencia de todo mandamiento,
que no es un simple mandamiento: «Todos los animales son iguales pero unos son
más iguales que otros».
El cerdo perdedor, Trostky, no es mejor ni peor. O no lo
sabemos. Simplemente pierde. Es de esos que «no se dan cuenta de que, al apoyar
los métodos totalitarios, llegará un momento en que estos métodos serán usados
“contra” ellos y no “por” ellos». Stalin emplea los métodos totalitarios más
eficazmente, simplemente.
En definitiva, por fijarnos en los aspectos esenciales:
La revolución se prepara: hay un trabajo previo de “caldear
el ambiente”, “visibilizar” las injusticias, “construir” un enemigo que
justifica la unidad de acción frente a él.
Se elaboran unas nuevas reglas sociales justas (los
mandamientos).
Hay que “reeducar” a los adultos. Mediante purgas,
delaciones, gulags, generación de desconfianza de unos respecto a otros y, por
tanto, aislamiento.
Se domina a la población mediante el control de la fuerza
(los perros), la opinión pública (lo que puede o no decirse, las ovejas, los
medios de comunicación) y la educación de las futuras generaciones.
Esos medios de sugestión (perros), sumisión (ovejas) y
manipulación (escuela) alumbrarán una sociedad nueva, con unas reglas
(mandamientos) nuevas. Serán más simples porque el nuevo individuo será dócil,
sumiso, acrítico.
En esa última fase, el cerdo ha asumido los mismos rasgos
que el enemigo anterior a la revolución: el cerdo y el hombre son
indiscernibles. Es más, si al comienzo de la revolución se criticaba al hombre,
al capitalismo, porque robaba los productos del trabajo, ahora los hombres
podrán reconocer que nunca habían sido capaces de obtener tanto producto. El
capitalismo tiene reglas (de mercado, del Estado de derecho, de “humanidad” y
justicia) de las que el socialismo carece.
Hay que hacer notar que Orwell critica el socialismo
soviético, la revolución tal como se lleva a cabo bajo Stalin pero piensa que
podría haber sido de otro modo. Piensa que la revolución ha sido traicionada y
trabaja para denunciar esa impostura y “a favor del socialismo democrático”.
Recordemos que Orwell había descubierto en Homenaje a Cataluña que el único modo de
escapar de la red de mentiras que crea el socialismo es acudir a la
experiencia. No sabemos si es suficiente experiencia lo ocurrido en la URSS, China,
Camboya, Cuba, Venezuela, Polonia o la Alemania “democrática” con el vergonzoso
muro, único en la historia de la humanidad, como único es un sistema basado en
difundir el odio mediante la mentira.
Tras tales experiencias de consolidación de la pobreza y
degradación de la humanidad, sin un solo caso en el que se haya producido
mejora, Orwell y tantos otros siguen esperando el advenimiento de un
“socialismo democrático”, un socialismo que no traicione sus nobles
sentimientos.
La realidad es obstinada. Una y otra vez nos muestra cómo es una sociedad configurada con estos principios, cómo es una sociedad socialista: una granja sin humanidad. Ahí se llegará cuando se acabe con el último hombre. El último hombre es, precisamente, uno de los títulos que Orwell barajó para su 1984. De esto trataremos en la siguiente, y última, entrega sobre la trilogía orwelliana.
Publicado en Aleteia, 5 abril 2021:
https://es.aleteia.org/2021/04/05/como-el-socialismo-masacra-a-occidente-segun-orwell/
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