Entusiasmo por la realidad (4)
Perros o Dioses
Manuel Ballester
Uno de
los rasgos distintivos del hombre es que debe elegir serlo.
Después tendrá que aprender a serlo. Pero eso, como decimos, vendrá después. Para llegar a ser humano hay que empezar con la positiva decisión de querer ser persona.
El pensamiento moderno se pretende crítico y radical. Quiere remover todo. Lo humano y lo divino. Por eso Camus se centra en el único problema verdaderamente serio: saber si la vida merece la pena ser vivida. Si merece la pena tanto trajín. Que podría ser que no.
Podría
ser que no. En ese caso, Camus (que es un radical pero no un hedonista)
concluye que lo mejor es acabar pronto, no alargar la lucha que es la vida y,
en pocas palabras, suicidarse.
Esta
zozobra, este sinvivir, al que aboca el planteamiento existencialista, es
humano, muy humano. El animal no sufre; lucha por la vida y disfruta cuanto
puede pero no duda, no cuestiona, no entra en crisis. Disfrutar el instante sin
cuestionar nada más es, así, el modus
vivendi de todo animal. Y el humano que aspira a ello ignora que desea una
vida que no es la suya. Hasta Segismundo en su desdicha sabe que tiene más
alma, mejor instinto y más vida que el resto de seres pero eso no impide una
vida “mísera e infelice”, que el humano vivir se rige por otros parámetros.
Plantearse
si la vida tiene o no sentido es distinto de plantearse cómo hay que vivir de
manera que la vida valga la pena ser vivida. El problema planteado en primer
lugar y expresado por Camus abre al abismo del absurdo: podría ser que nada
tuviera sentido, que todo fuese un sinsentido. Nada y Caos como trasfondo de
nuestro vivir. Ahí parece que hemos llegado.
Un caos
sin reglas, donde todo y nada se confunden porque todo da igual y nada puede
saberse. Ese es el punto de llegada. O, como ocurrió en Grecia: el punto de
partida. Nuestra civilización echa a andar cuando en Grecia se pasa del Caos al
Cosmos, al mundo regido por leyes, por leyes que la inteligencia puede
descubrir. Nuestra civilización camina de la mano de un dios que crea todas las
cosas sacándolas de la nada, ex nihilo.
Optar
por el absurdo, por el sinsentido, es preferir la barbarie.
Escoger,
elegir, optar. Ahí nos va todo. Aristóteles lo dice de un modo sapiencial: el
hombre es deseo inteligente o inteligencia deseante.
El
hombre es deseo, anhelo, sueño, ansia, entusiasmo y éxtasis. Quiere el
infinito, la vida plena, la felicidad…, el sentido. Pero para atinar necesita
elegir y hacerlo con inteligencia.
El
animal también desea. Pero no elige. El instinto (“inteligencia inconsciente”,
al decir de Bergson) le impulsa certeramente hacia lo que le satisface.
El
hombre desea. Pero la vida de los seres inteligentes no es simple. Tiene que
acertar. Tiene que plantear bien el problema para resolverlo. Tiene que planear
bien la vida para conquistar el cielo.
Antístenes
fue discípulo de Sócrates. Como Platón. Fundo una escuela filosófica en el santuario de Cinosargo (κύων ἀργός, kýōn
argós, "perro ágil"), de ahí el nombre de cínicos (κυνικός, kynikós) con el que se los conoce.
También Platón fundó escuela
propia. En el bosque consagrado al héroe Academos.
De ahí el nombre de Academia.
Platón sostiene que el deseo es
la esencia del hombre: anhelo y aspiración a lo superior, lo supremo, lo
divino. El deseo es aspiración a algo que no poseemos: de ahí que la vida, el
alma, sea movimiento, tendencia. No otra cosa es la vida humana: dinamismo,
continuo bullir en busca de lo más bello y mejor. Disfrutando de las cosas
buenas y bellas como la amistad de los buenos amigos, la belleza de las
realidades hermosas, el resplandor de la verdad. La vida que nos muestra Platón
se presenta, así, entusiasmante, retozando en una realidad que es buena y
verdadera y bella. Más aún: sabemos que lo que tenemos delante no es la Belleza
absoluta. Y por eso seguimos, entusiasmados, espoleados por el deseo buscando
la fuente, el origen de toda verdad, bondad y belleza. Lo divino y sagrado, en
suma.
Cuentan que alguien preguntó
a Antístenes con quién debía enviar a su hijo para que se educase. Esta es la
respuesta: si tu hijo va a vivir con los dioses, envíalo con Platón; si tiene
que vivir con los hombres, envíalo conmigo.
Platón y Antístenes habían tenido
a Sócrates de maestro. Pero cada uno eligió su camino. No es el maestro ni el
padre. Son el discípulo y los hijos quienes eligen y viven su vida.
Platón opta por vivir según
lo mejor que hay en el hombre. Para divinizarnos en la medida de lo posible.
Gozar del entusiasmo de una vida noble que es plenamente humana porque aspira a
ser divina.
Antístenes se limita a lo
meramente humano. No es radical. Renuncia a la aspiración al gozo infinito.
Sabe que tender a la felicidad es fuente de desengaño porque es difícil y opta
por una vida cómoda.
La vida es deseo inteligente.
El hombre es inteligencia deseante. Tensión, aspiración, entusiasmo. Si
alcanzásemos el objeto de nuestro deseo, cesaría la aspiración, ¿qué sería un
alma que todo es deseo cuando ya no queda nada que conquistar? Sería otra cosa.
Quizá mejor; no sabemos. No un hombre, en cualquier caso.
El hombre, al parecer, se
queda siempre por debajo de sus expectativas. Eso no es necesariamente desalentador.
Significa que, por mucho que hayamos logrado, aún podemos aspirar a más.
Y al final, como al
principio. A nosotros corresponde la elección. Platón elige entusiasmarse ante
lo máximo y muestra el camino de una vida plenamente humana. Antístenes se
limita y ha de vivir como un perro (cínico, al fin) satisfecho.
Publicado en la
sección Entusiasmo por la realidad de la Revista Letras
de Parnaso, nº 67, Abril 2021, pp. 12-13:
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