miércoles, 7 de abril de 2021

Tiempo de promesas

 

 


 

 Historia de una gaviota... 08

4.2. Tiempo de promesas

 

Zorbas se niega a aceptar que la gaviota va a morir. Se ofrece generoso a ayudar a superar lo que él considera un “simple” mal momento. Llega incluso a lamer el cuerpo de la gaviota para quitarle esa capa maloliente que la cubre. Le ofrece su comida. Lo único que no hace ¿no puede hacer? es aceptar la verdad. Kengah, sí. Ella sabe que ahora sólo le queda encarar la muerte.

Y algo más. Kengah va a emplear sus últimas fuerzas es culminar lo que hasta ahora le ha movido: «Voy a poner un huevo. Con las últimas fuerzas que me quedan voy a poner un huevo. Amigo gato, se ve que eres un animal bueno y de nobles sentimientos. Por eso voy a pedirte que me hagas tres promesas ¿Me las harás?».

El enorme esfuerzo que ha hecho la gaviota incluso sabiendo que ya estaba condenada no era por ella. Acaba su vida, pero no acaba todo, la vida sigue. Va a poner un huevo. Estamos ante una evidencia que, sorprendentemente, a veces se olvida: somos capaces, todos, de esforzarnos más, de trabajar más, de sacrificarnos más por las personas que amamos que por nosotros mismos. La evidencia es que habitualmente queremos más a los demás que a nosotros mismos. Incluso los muy egoístas suelen sacrificarse por sus hijos.

Aunque el gato no ha entendido aún que Kengah va a morir y que está haciendo un esfuerzo postrero por su hijo (el huevo), Zorbas se ha portado bien, le ha ofrecido ayuda, ha hecho todo lo que estaba en su mano: “se ve que es un animal bueno” y por eso le llama “amigo” y lo trata como tal. Le pide que le haga tres promesas, que se comprometa más, que asuma nuevas responsabilidades.

El hombre es capaz de prometer. Pero sólo lo que puede ser prometido: «Se pueden prometer acciones, pero no sentimientos, pues son involuntarios» (Nietzsche, Humano, demasiado humano, § 58). No somos dueños de sentirnos a gusto o a disgusto, animados o hastiados. Aun así, el hombre de voluntad puede asegurar que, al margen de los sentimientos, actuará de una determinada forma. No queda ligada la promesa a la sensibilidad fluctuante. La promesa nos liga a lo permanente, a una posesión de nosotros mismos. Sólo quien es dueño de sí mismo, quien ha forjado su carácter, puede prometer y garantizar que cumplirá.

Realmente, sólo alguien así es también capaz de amistad, de amistad en sentido pleno o philia teleia, como la denominaba Aristóteles para distinguir esa relación de las relaciones por interés o las basadas en el mutuo agrado. Kengah es capaz, lo hemos visto, de actuar hasta la extenuación en favor del otro, del hijo al que no conocerá. Piensa que el gato también es así y, por tanto, puede llamarlo “amigo” estrictamente. Ese es el tipo de gente que si hace una promesa, si com-promete su acción en el futuro, podemos confiar en que cumplirá. Por eso, sólo los buenos se ven “liados” y ligados por promesas y com-promisos.

Quien, como Kengah, es bueno y generoso percibe la afinidad con sus iguales. Siente que puede confiar en el gato. No tiene otra opción. Pero, sobre todo, sabe que el gato negro y gordo puede prometer, puede responder. Cumplirá.

 

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