Historia de una gaviota... 08
4.2. Tiempo de promesas
Zorbas se niega a aceptar que la gaviota va a morir. Se
ofrece generoso a ayudar a superar lo que él considera un “simple” mal momento.
Llega incluso a lamer el cuerpo de la gaviota para quitarle esa capa maloliente
que la cubre. Le ofrece su comida. Lo único que no hace ¿no puede hacer? es
aceptar la verdad. Kengah, sí. Ella sabe que ahora sólo le queda encarar la
muerte.
Y algo más. Kengah va a emplear sus últimas fuerzas es culminar lo que hasta ahora le ha movido: «Voy a poner un huevo. Con las últimas fuerzas que me quedan voy a poner un huevo. Amigo gato, se ve que eres un animal bueno y de nobles sentimientos. Por eso voy a pedirte que me hagas tres promesas ¿Me las harás?».
El enorme esfuerzo que ha hecho la gaviota incluso sabiendo
que ya estaba condenada no era por ella. Acaba su vida, pero no acaba todo, la
vida sigue. Va a poner un huevo. Estamos ante una evidencia que,
sorprendentemente, a veces se olvida: somos capaces, todos, de esforzarnos más,
de trabajar más, de sacrificarnos más por las personas que amamos que por
nosotros mismos. La evidencia es que habitualmente queremos más a los demás que
a nosotros mismos. Incluso los muy egoístas suelen sacrificarse por sus hijos.
Aunque el gato no ha entendido aún que Kengah va a morir y
que está haciendo un esfuerzo postrero por su hijo (el huevo), Zorbas se ha
portado bien, le ha ofrecido ayuda, ha hecho todo lo que estaba en su mano: “se
ve que es un animal bueno” y por eso le llama “amigo” y lo trata como tal. Le pide
que le haga tres promesas, que se comprometa más, que asuma nuevas
responsabilidades.
El hombre es capaz de
prometer. Pero sólo lo que puede ser prometido: «Se pueden prometer acciones, pero no
sentimientos, pues son involuntarios» (Nietzsche, Humano, demasiado humano, §
58). No somos dueños de
sentirnos a gusto o a disgusto, animados o hastiados. Aun así, el hombre de
voluntad puede asegurar que, al margen de los sentimientos, actuará de una
determinada forma. No queda ligada la promesa a la sensibilidad fluctuante. La
promesa nos liga a lo permanente, a una posesión de nosotros mismos. Sólo quien
es dueño de sí mismo, quien ha forjado su carácter, puede prometer y garantizar
que cumplirá.
Realmente,
sólo alguien así es también capaz de amistad, de amistad en sentido pleno o philia teleia, como la denominaba Aristóteles
para distinguir esa relación de las relaciones por interés o las basadas en el
mutuo agrado. Kengah es capaz, lo hemos visto, de actuar hasta la extenuación
en favor del otro, del hijo al que no conocerá. Piensa que el gato también es
así y, por tanto, puede llamarlo “amigo” estrictamente. Ese es el tipo de gente
que si hace una promesa, si com-promete su acción en el futuro, podemos confiar
en que cumplirá. Por eso, sólo los buenos se ven “liados” y ligados por
promesas y com-promisos.
Quien,
como Kengah, es bueno y generoso percibe la afinidad con sus iguales. Siente
que puede confiar en el gato. No tiene otra opción. Pero, sobre todo, sabe que
el gato negro y gordo puede prometer, puede responder. Cumplirá.
Nos hacen falta muchos Zorbas
ResponderEliminarMe encanta el relato..
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