Juzgar con acierto es difícil.
Se dice
que “nadie es buen juez en causa propia”. ¿Qué causa más propia puede haber que
nuestra plenitud, nuestra grandeza, nuestra felicidad?
Para juzgar hay que conocer el asunto (como el buen catador saborea el
vino) y que no haya circunstancias que distorsionen.
A esto
último se alude cuando se dice que nadie es buen juez en causa propia: a la
facilidad con que nos dejamos llevar por pasiones o intereses.
Si lo entiendo bien, a la necesidad de conocer aquello sobre lo que se juzga se refiere Chesterton cuando afirma que “no pueden ser los mejores jueces en punto a las relaciones de la religión con la felicidad quienes, por propia confesión, no disfrutan de la una ni de la otra”,
Chesterton,
Ortodoxia
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