Entusiasmo por la realidad (9)
La magia, los cuentos
de hadas y la realidad
Manuel Ballester
Los
magos, brujas, hechiceros, druidas y demás gente que mantienen una relación
privilegiada con la magia, parecen cosa del pasado remoto o de ese pasado
cercano que es la infancia feliz de los cuentos de hadas.
En un primer acercamiento, la magia parece un modo primitivo de relacionarse con la realidad. Un modo superado. Un modo marcado por la ignorancia y la presunción.
Ignorancia
en primer lugar. Los niños (que creen en los cuentos de hadas) y los pueblos
primitivos (que creen en los hechiceros), perciben el mundo como gobernado por
fuerzas sorprendentes, maravillosas. Pero esa percepción, esa concepción
sobrenatural del mundo, dicen los modernos que bien pudiera deberse a que tanto
los niños como las etapas antiguas de la humanidad carecen de la perspectiva
racional, científica, que es la que entiende al mundo como regido por fuerzas
estrictamente naturales. No es sobrenatural, es natural el principio que regula
la naturaleza. El hombre moderno, científico, lo sabe; el niño y el primitivo,
lo ignoran y por eso se asombran. Lo que para el ignorante es sobrenatural,
para el civilizado científico son leyes naturales. Y nada más.
Pero
sigamos con esta aproximación a la magia. Fruto de la ignorancia, queda dicho.
Y también de la presunción, añadimos.
¿Por
qué presunción? Porque el hombre primitivo aspiraría a controlar lo misterioso,
sobrenatural. Quiere torcer la fuerza de la naturaleza y el destino para que la
potencia divina produzca el efecto que interesa al brujo. Se siente indefenso,
se siente a merced de las potencias sobrenaturales, pero quiere imponerles su
voluntad.
Pensemos,
en ese sentido, en cuestiones como el filtro amoroso, el vudú, los ritos de
fertilidad o las rogativas para que llueva. En todos ellos se presume haber
dado con un procedimiento mediante el cual el poder mágico se somete a la
voluntad humana. Que la voluntad del individuo sea benéfica o maléfica es
indiferente y ahí radica el matiz que distingue a las hadas de las brujas, a los
hechiceros de los magos.
Hay,
como digo, una forma de ver la magia como una tentativa de controlar las
fuerzas naturales, un intento de obtener dominio y poder. Sobre los fenómenos
naturales, sobre el mundo, la vida y la voluntad de los mortales.
Cuando
el mundo y la vida se interpretan en clave de poder, todo queda sometido a la
división entre poderosos y sometidos, reyes y súbditos, opresores y oprimidos,
amos y esclavos (que diría Hegel). Y ahí o domino o me someto. Y no hay más. Lo
que sí hay es otra posibilidad, otra interpretación de la magia más amplia que
la que acabamos indicar.
Pensemos
en unos magos conocidos en nuestra tradición cultural. Aquellos sabios de
Oriente que, siguiendo a una estrella, llegaron a Belén.
A estos
magos también se les denomina sabios. Son, en efecto, sabios. Conocen las leyes
naturales pero su sabiduría no es presuntuosa: no pretenden que la estrella se
pliegue a sus intereses. Por el contrario, entienden que la estrella les remite
a algo grande; más grande que ellos, más brillante que ella. Y se ponen en
marcha, no para dominar, sino para contemplar algo hermoso. Ven, interpretan,
se subordinan a lo que es superior.
Pudiera
ser que el superior conocimiento (de lo natural y lo mágico) del mago se
oriente no a dominar (a los hombres y las fuerzas misteriosas) sino a disfrutar
del maravilloso espectáculo de un mundo que rebosa belleza y a contribuir al
crecimiento de algo…
El mago
entonces sería un sabio que anima, apoya, impulsa a quienes tiene a su
alrededor para que maduren, consigan su propia plenitud. Para que sean mejores,
en una palabra. En esta perspectiva, el mago usa su superioridad para servir,
para ayudar, a quien es más débil.
Puede
pensarse que esta perspectiva es (o sería) bonita pero absolutamente irreal (un
cuento de hadas, en suma). Pero miremos la realidad. Porque, de hecho, así
actúan los padres con sus hijos (son superiores, saben más, y ponen esa
superioridad al servicio de la maduración de sus hijos).
Como
todo ser humano, el sabio, el mago, tiene una misión y una responsabilidad. Su
tarea consiste en ofrecer su sabiduría a quienes quieren dejarse ayudar. Cuando
el mago cumple su tarea, gana en prestigio y sabiduría. Pero el mago también es
hombre y, por tanto, también puede fracasar.
Hasta
aquí hemos mencionado dos modos de entender la magia. Tolkien alude a un
tercero.
Hay
magos que caen en la tentación de jugar el juego del poder; y el poder lo
corrompe.
Otros,
como el simpático Radagast, no se corrompe sino que se distrae, se sumerge en
la maravilla de la naturaleza y se olvida de su misión. Es una especie de
ecologista ecólatra. Simpático pero no entiende el sentido de su poder. Es
jovial pero se le ve fundamentalmente desorientado.
Sólo
Gandalf tiene la sabiduría que surge de la visión correcta del mundo y de la
vida, y de su tarea. La visión correcta es lo que ciertas tradiciones denominan
humildad. Gandalf se sabe parte de algo mucho más grande y se sabe al servicio
de ese gran plan y sabe que ha de poner su fuerza y sabiduría superiores al
servicio de los hobbits y de los elfos y hombres… del plan superior, en suma.
Gandalf
es símbolo de todos los magos porque, a diferencia del brujo, se mueven en el
orden del amor y no en el del poder. Y lo hace conscientemente, a diferencia de
quienes disfrutan superficialmente de los dones recibidos.
Gandalf,
los Magos de Oriente, y los padres (si es que, al final, no son lo mismo)
tienen una visión correcta de la realidad: la ven como es. La realidad, el
mundo, la vida, los hijos, es un haz de posibilidades. Y el mago tiene la tarea
de ayudar a su crecimiento y maduración. Por eso Gandalf, los Magos y los
padres contemplan lúcidamente la realidad y, lógicamente, se entusiasman.
Entusiasmo por la realidad es la actitud realista, humilde, mágica, correcta.
También
los magos de Oriente entendieron su papel en el plan superior. Por eso pudieron
contemplar el momento en el que Dios decidió confiar en nosotros una vez más. Noche
mágica donde las haya. Cosas de niños, claro. Cuentos de hadas, en suma… O la
dimensión más luminosa de la realidad, si al final, hay cuentos de hadas que
son verdad.
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