jueves, 2 de diciembre de 2021

La magia, los cuentos de hadas y la realidad

 



Entusiasmo por la realidad (9)

La magia, los cuentos de hadas y la realidad

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

Los magos, brujas, hechiceros, druidas y demás gente que mantienen una relación privilegiada con la magia, parecen cosa del pasado remoto o de ese pasado cercano que es la infancia feliz de los cuentos de hadas.

En un primer acercamiento, la magia parece un modo primitivo de relacionarse con la realidad. Un modo superado. Un modo marcado por la ignorancia y la presunción.

Ignorancia en primer lugar. Los niños (que creen en los cuentos de hadas) y los pueblos primitivos (que creen en los hechiceros), perciben el mundo como gobernado por fuerzas sorprendentes, maravillosas. Pero esa percepción, esa concepción sobrenatural del mundo, dicen los modernos que bien pudiera deberse a que tanto los niños como las etapas antiguas de la humanidad carecen de la perspectiva racional, científica, que es la que entiende al mundo como regido por fuerzas estrictamente naturales. No es sobrenatural, es natural el principio que regula la naturaleza. El hombre moderno, científico, lo sabe; el niño y el primitivo, lo ignoran y por eso se asombran. Lo que para el ignorante es sobrenatural, para el civilizado científico son leyes naturales. Y nada más.

Pero sigamos con esta aproximación a la magia. Fruto de la ignorancia, queda dicho. Y también de la presunción, añadimos.

¿Por qué presunción? Porque el hombre primitivo aspiraría a controlar lo misterioso, sobrenatural. Quiere torcer la fuerza de la naturaleza y el destino para que la potencia divina produzca el efecto que interesa al brujo. Se siente indefenso, se siente a merced de las potencias sobrenaturales, pero quiere imponerles su voluntad.

Pensemos, en ese sentido, en cuestiones como el filtro amoroso, el vudú, los ritos de fertilidad o las rogativas para que llueva. En todos ellos se presume haber dado con un procedimiento mediante el cual el poder mágico se somete a la voluntad humana. Que la voluntad del individuo sea benéfica o maléfica es indiferente y ahí radica el matiz que distingue a las hadas de las brujas, a los hechiceros de los magos.

Hay, como digo, una forma de ver la magia como una tentativa de controlar las fuerzas naturales, un intento de obtener dominio y poder. Sobre los fenómenos naturales, sobre el mundo, la vida y la voluntad de los mortales.

Cuando el mundo y la vida se interpretan en clave de poder, todo queda sometido a la división entre poderosos y sometidos, reyes y súbditos, opresores y oprimidos, amos y esclavos (que diría Hegel). Y ahí o domino o me someto. Y no hay más. Lo que sí hay es otra posibilidad, otra interpretación de la magia más amplia que la que acabamos indicar.

Pensemos en unos magos conocidos en nuestra tradición cultural. Aquellos sabios de Oriente que, siguiendo a una estrella, llegaron a Belén.

A estos magos también se les denomina sabios. Son, en efecto, sabios. Conocen las leyes naturales pero su sabiduría no es presuntuosa: no pretenden que la estrella se pliegue a sus intereses. Por el contrario, entienden que la estrella les remite a algo grande; más grande que ellos, más brillante que ella. Y se ponen en marcha, no para dominar, sino para contemplar algo hermoso. Ven, interpretan, se subordinan a lo que es superior.

Pudiera ser que el superior conocimiento (de lo natural y lo mágico) del mago se oriente no a dominar (a los hombres y las fuerzas misteriosas) sino a disfrutar del maravilloso espectáculo de un mundo que rebosa belleza y a contribuir al crecimiento de algo…

El mago entonces sería un sabio que anima, apoya, impulsa a quienes tiene a su alrededor para que maduren, consigan su propia plenitud. Para que sean mejores, en una palabra. En esta perspectiva, el mago usa su superioridad para servir, para ayudar, a quien es más débil.

Puede pensarse que esta perspectiva es (o sería) bonita pero absolutamente irreal (un cuento de hadas, en suma). Pero miremos la realidad. Porque, de hecho, así actúan los padres con sus hijos (son superiores, saben más, y ponen esa superioridad al servicio de la maduración de sus hijos).

Como todo ser humano, el sabio, el mago, tiene una misión y una responsabilidad. Su tarea consiste en ofrecer su sabiduría a quienes quieren dejarse ayudar. Cuando el mago cumple su tarea, gana en prestigio y sabiduría. Pero el mago también es hombre y, por tanto, también puede fracasar.

Hasta aquí hemos mencionado dos modos de entender la magia. Tolkien alude a un tercero.

Hay magos que caen en la tentación de jugar el juego del poder; y el poder lo corrompe.

Otros, como el simpático Radagast, no se corrompe sino que se distrae, se sumerge en la maravilla de la naturaleza y se olvida de su misión. Es una especie de ecologista ecólatra. Simpático pero no entiende el sentido de su poder. Es jovial pero se le ve fundamentalmente desorientado.

Sólo Gandalf tiene la sabiduría que surge de la visión correcta del mundo y de la vida, y de su tarea. La visión correcta es lo que ciertas tradiciones denominan humildad. Gandalf se sabe parte de algo mucho más grande y se sabe al servicio de ese gran plan y sabe que ha de poner su fuerza y sabiduría superiores al servicio de los hobbits y de los elfos y hombres… del plan superior, en suma.

Gandalf es símbolo de todos los magos porque, a diferencia del brujo, se mueven en el orden del amor y no en el del poder. Y lo hace conscientemente, a diferencia de quienes disfrutan superficialmente de los dones recibidos.

Gandalf, los Magos de Oriente, y los padres (si es que, al final, no son lo mismo) tienen una visión correcta de la realidad: la ven como es. La realidad, el mundo, la vida, los hijos, es un haz de posibilidades. Y el mago tiene la tarea de ayudar a su crecimiento y maduración. Por eso Gandalf, los Magos y los padres contemplan lúcidamente la realidad y, lógicamente, se entusiasman. Entusiasmo por la realidad es la actitud realista, humilde, mágica, correcta.

También los magos de Oriente entendieron su papel en el plan superior. Por eso pudieron contemplar el momento en el que Dios decidió confiar en nosotros una vez más. Noche mágica donde las haya. Cosas de niños, claro. Cuentos de hadas, en suma… O la dimensión más luminosa de la realidad, si al final, hay cuentos de hadas que son verdad.

 

Publicado en la revista Letras de Parnaso, 1 de diciembre de 2021, nº 71, pp. 16-17; ISSN 2387-1601:

Edición REVISTA formato PDF (imprimir):

 http://www.los4murosdejpellicer.com/EdicionesyPortadasPD/Edic.71%C2%A9.pdf 

h/ww


Edición REVISTA ON LINE (video):

https://es.calameo.com/read/0005525927aa3e05532bf



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