Si se ofende a alguien involuntariamente, cabe la
disculpa o, más difícil, el perdón.
Pero también puede perjudicarse a alguien voluntariamente, siguiendo
el propio interés frente a las aspiraciones del ofendido. Esta perspectiva no
admite cualquier tipo de daño. Porque se trata del juego del poder y, por
tanto, hay que imponerse de modo que el otro ni pueda ni intente devolver el
golpe.
Algo de esto le entiendo a Maquiavelo cuando dice que los
hombres «se vengan de las pequeñas ofensas, de las grandes no pueden: así que
la ofensa que se haga a un hombre debe ser hecha de tal manera que no dé lugar
a venganza;
[Gl’uomini] si vindicano delle leggieri offese, delle
gravi non possono; sì che la offesa che si fa all’uomo debe essere in modo che
la non tema la vendetta», Maquiavelo, El
príncipe, Cap. III, pp. 20-23.
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