Persuadir, aconsejar y decidir
Manuel Ballester
Suele
oírse que basta con desear algo con suficiente fuerza para que ocurra.
Llevándolo al caso concreto del enamoramiento, Jane Austen (1775-1817) lo
reformula así: “Seguramente, si nuestro afecto es mutuo, nuestros corazones se
entenderán” para dejar inmediata constancia de su sensatez y realismo al
considerarlo «argumento poco razonable».
Pensar que el cosmos o, simplemente, la gente con la que coincidimos esté empeñada en que nuestros proyectos se realicen, no es realista. No siempre ocurren así las cosas; ese apegamiento a los propios deseos desconectado de la realidad es pura inmadurez, y abona una actitud resentida ante un universo que se niega a conceder lo que es tan tenazmente deseado.
En
cualquier caso, queda claro que el destino no está fijado o, dicho
positivamente, somos libres y vamos tejiendo nuestra fortuna o infortunio en
función de cómo conjugamos nuestras reales posibilidades con lo que nuestro
entorno pone al alcance de la mano.
No
basta con disponer de un carácter firme. Parte de la madurez consiste en «aprender
lo insignificantes que somos fuera de nuestro propio círculo».
La
habitual maestría y profundidad de Jane Austen aparece realzada en Persuasión (1818), su obra póstuma,
llevada al cine, como varias de la autora.
Persuadir
no es manipular. En ambos casos hay un intento de influir en las ideas y el
comportamiento de alguien. Pero el manipulador pretende conseguir que triunfe
su idea, usa al manipulado como medio para conseguir su objetivo (y ahí es
indiferente que quien ha sido manipulado obtenga ventaja o salga perjudicado).
La persuasión, al menos en línea de principio, respeta a quien se pretende
persuadir y, por eso, la persuasión se realiza mediante consejos, razones, que
se brindan a la consideración de la persona a la que se quiere persuadir.
Acertar
en la vida y en el amor no está garantizado. Por eso necesitamos ser
orientados. Anne Elliot es la protagonista indiscutida de Persuasión. De buena familia, aunque no tanto como pretenden (en
ellos, «la vanidad era el alfa y el omega»), Anne se ve solicitada por diversos
pretendientes.
Uno de
ellos es el que prefiere su corazón. Nadie en su familia le aconsejará seguir
adelante. Y ese rechazo pesa en su ánimo porque ella sabe que pertenece a una
familia, con un entorno, unas relaciones sociales, a las que no puede dar la
espalda de un modo rotundo. Anne ve esa dificultad aunque su inteligencia no la
engaña sobre el carácter de su familia. Pero se encuentra también con el
rechazo de lady Russell, persona querida y que goza de gran autoridad. Lady
Russell no es cualquiera, sino «una persona que ejerce gran influencia sobre
todo el mundo […], una persona capaz de persuadir a cualquiera».
Lady
Russell persuade finalmente a Anne. Al rechazar a quien ama, deja pasar
una gran oportunidad y la novela narra cómo es su vida a partir de ese momento.
Su conciencia de pérdida la convierte en espectadora de la vida de los demás
(casi la narradora), juzga a las personas, acontecimientos y a sí misma sin
pesimismo, con precisión objetiva.
¿Cómo seguir viviendo? ¿Permitirá que el tiempo la convierta
en la solterona que ayuda a sus hermanas y cuida de los sobrinos? ¿Vale la pena
comprometerse con alguien que será necesariamente un sucedáneo pero, también,
le proporcionará una existencia desahogada? ¿Habrá una segunda oportunidad?
¿Sabrá reconocerla y aprovecharla?
Hay, en efecto, una segunda oportunidad. Pero él también ha
hecho su vida durante el doloroso tiempo de la separación, también tiene su
idea sobre el amor, sobre la firmeza del carácter, sobre lo que es posible
ahora, tras el paso de los años.
Las mutuas sospechas (¿qué pensará el otro, qué querrá?).
Anne lo rechazó «para
agradar a otros. Todo fue efecto de repetidas persuasiones; fue debilidad y
timidez» y tiene que soportar la mortificante idea de que quizá él
piense que su débil carácter no vale la pena el amor que le brindó. Él fue
rechazado, ¿qué le hace pensar que las disposiciones de Anne han cambiado?
Podrían seguir así, podrían dejar que el tiempo, el entorno
tomase las riendas de sus respectivas existencias. Pero, por doloroso que sea,
también pueden hablar. Francamente, abiertamente, valientemente.
Hablar abiertamente con el otro, confiarle los propios temores, las propias actitudes, puede dejar de manifiesto que uno de los dos no está dispuesto ahora a comprometerse. Es posible, pero esa será la realidad sobre la que hay que construir el futuro. Es posible también lo contrario: «¡Todo era posible, todo debía afrontarse antes que la duda!».
Publicado en Aleteia, 10 diciembre 2022:
https://es.aleteia.org/2022/12/10/jane-austen-persuadir-aconsejar-y-decidir/
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