Mansfield Park o la
formación del carácter
Manuel Ballester
Siempre hay alguien que está en mejor situación que
nosotros. Da igual que hablemos de talento, dinero, posición social o cultura.
Y eso le ocurre a Fanny Price, la pariente pobre de los Bertram en la novela Mansfield Park (1814) de Jane Austen (1775-1817).
Fanny es caritativamente adoptada por los Bertram para
proporcionarle un estatus y una educación que sus padres no pueden permitirse.
Vive así con su tía (con un carácter muy similar al de su madre) y su tío (con
un carácter muy distinto al de su padre que, por eso mismo, genera un entorno familiar muy
diferente). El cuadro familiar se completa con dos primas y dos primos,
frecuentemente visitados por tía Norris (hermana de la madre y tía de Fanny
pero con un carácter muy distinto al de sus hermanas).
Fanny valora la oportunidad que sus tíos le proporcionan. Se
siente agradecida pero siente también que todo («su situación… su necedad, su torpeza») hace que «nunca podrá
tener importancia para nadie».
Es la pariente
pobre objeto de la caridad. Su posición inferior permite a los demás tratarla
como ellos deseen (bien o mal). Fanny es, es verdad, la pariente pobre pero hacérselo
sentir y hacerla sufrir por ello es una verdadera mezquindad de la que algunos
hacen gala. En ese sentido, Fanny es develadora de espíritus: en función de
cómo deciden tratarla descubrimos cómo es cada uno; en sus acciones se muestra el
interesado, el descuidado, el egoísta, el afectuoso; en fin, cada cual descubre
lo que es al tratar con quien nada puede reclamar.
Gracias
a la posición de Fanny, Austen nos muestra un mundo donde cabe todo. Hay personas
cuyo universo es una «bulliciosa sucesión de naderías», con gente «tan
entusiasta de sus diversiones como para cerrar los ojos a la verdad», que «había aprendido a pensar
que nada importa salvo el dinero». Y hay gente así y mundos así, mundos en los
que «un clérigo no es nadie». Porque entre los personajes centrales Austen
sitúa un clérigo que vive en ese ambiente, con esa familia y amigos pero lo
mira desde una perspectiva profunda y es consciente del atractivo de las
naderías; lo expresa así: «Son los hábitos de la opulencia los que temo». Juzga
y es juzgado; y tentado también, claro.
En una familia amplia no podía faltar un escándalo. La transgresión
corre por cuenta de un individuo pero afecta a toda la familia, del mismo modo
que el comportamiento digno de uno solo reporta honor a la familia. Es verdad
que, en cierto sentido, somos individuos aislados pero no es menos real nuestra
condición de miembros de una familia.
Hay quien se duele de la falta y hay quien se lamenta de la
falta de astucia que ha permitido que la falta haya sido conocida. El escándalo
también es develador de espíritus. El distinto modo de enfocarlo por parte de
unos enamorados pone de manifiesto que viven en mundos distintos y eso es una
dificultad con la que hay que contar… para dejar que el amor prospere,
cambiando actitudes, o detener una historia que acabaría mal, como tantas.
Siempre hay alguien que está en mejor situación que
nosotros. Y siempre hay gente que está en peor situación que nosotros. Da igual
que hablemos de talento, dinero, posición social o cultura.
La encantadora Fanny era, recordémoslo, la pariente pobre
que ha vivido de prestado en el mundo de sus primos. Ha forjado su
sensibilidad, su cultura, su visión del mundo, en contacto con gente cuyos
medios era superiores.
Cuando vuelve con sus padres y sus hermanos no es ya la
pariente pobre sino todo lo contrario. Ahí Fanny se hace consciente de que su
nueva situación, sus modales, sus intereses, su visión del mundo, la ponen en
una posición superior, en condiciones de humillar (voluntaria o
inconscientemente) a su familia. Y eso develará también su espíritu, claro.
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