Pinocho y el precio
de ser uno mismo
Entre la libertad,
la tentación y el destino
El viaje desde la
madera
La historia de Pinocho es, en el fondo, la historia
de todos. No es sólo la aventura de un trozo de madera que desea convertirse en
niño, en un bambino davvero, sino el relato simbólico del camino hacia
una humanidad plena.
Su itinerario —la nariz que crece al mentir, el País de los Juguetes, la transformación en burro, la amistad con el Grillo parlante o el descenso al vientre del monstruo donde encontrará a su padre— no es una sucesión de anécdotas: es una travesía existencial. Cada episodio representa un obstáculo, una prueba, una decisión que define la distancia entre ser y llegar a ser.
Y el resultado no está garantizado. Porque ser persona no es
un estado, sino una conquista. Se puede fracasar. La vida es seria.
Tentación en el
camino: el circo y la fuga
Todo empieza cuando Geppetto, como padre y formador, viste a
Pinocho, le da libros, le señala el camino hacia la escuela. Le proporciona
todo para crecer. Pero en ese camino recto aparece la tentación: un circo se
cruza ante él, y decide desviarse. Siempre habrá tiempo para estudiar —piensa—,
hoy quiero divertirme.
Lo que encuentra en el circo son muñecos de madera, otros
como él. Se alegra, se abrazan, celebran el encuentro. Pero el espectáculo se
interrumpe y estalla el desorden. Aparece entonces Comefuego, el dueño
del teatro.
El titiritero y la
lógica del mundo
El teatro no es un lugar de amistad, sino un sistema. Para Comefuego, las marionetas sólo tienen
valor si sirven al espectáculo. Cuando dejan de servir, alimentan el fuego con
el que cocina su cena.
Comefuego ve a
Pinocho y decide echarlo al fuego: no le sirve para otra cosa. Pero ocurre algo
inesperado. Pinocho, ante la amenaza, no se limita a temer. Se rebela. Suplica
ayuda: “¡Papá, socorro!”. Y en ese grito ocurre la revelación.
Tener raíces: la
diferencia esencial
Pinocho tiene padre. Y eso, para Comefuego, es inaudito. Las marionetas son, como Pinocho, de madera
pero no tienen padre. No tienen raíces. Simone Weil diría que están
desarraigadas, perdidas en la lógica de la utilidad. Pero Pinocho fue querido,
formado, pensado para la plenitud.
Eso lo cambia todo. Porque tener raíces, haber sido amado,
implica también una responsabilidad: no estamos solos, ni somos piezas
desechables del sistema. Estamos llamados a más. De hecho, eso significa ser
persona: que podemos dar siempre más, que nuestra realidad no agota nunca
nuestras posibilidades.
El sacrificio de
Arlequín
Comefuego se emociona ante lo que ve, y decide perdonarle la
vida a Pinocho. Pero tiene que comer. Alguien debe ir al fuego. Elige a
Arlequín, amigo y hermano de Pinocho.
Y ahí, Pinocho comprende algo crucial: su salvación ha
provocado la condena de otro. Asume la carga. Y dice: “Entonces ya sé cuál es
mi deber. Atadme a mí y arrojadme al fuego. No es justo que Arlequín muera por
mí”.
Este momento es decisivo. No sólo porque Pinocho acepta su
culpa, sino porque asume el control de su vida. Sócrates diría que es libre
porque no teme a la muerte.
La libertad no es
evasión
Pinocho no es arrojado al fuego, pero está dispuesto a ir. Y
eso lo cambia todo. Su gesto no lo convierte aún en un hombre, pero marca un
hito que lo aleja de las marionetas. Porque el paso hacia la humanidad empieza
cuando uno asume sus circunstancias y decide, desde dentro, cómo responder a
ellas.
No se trata de tener libertad absoluta. Nadie elige su
cuerpo, su lengua, su época. Pero sí podemos elegir qué hacer con lo que nos ha
sido dado.
Nietzsche lo expresa con precisión:
“¿Libre te llamas a ti mismo? No me digas que has escapado
de un yugo; dime cuál es tu pensamiento dominante.”
Ser uno mismo es
elegir
La libertad auténticamente humana no consiste en escapar de
los hilos del titiritero ni en esquivar el fuego. Consiste en gobernar la
propia vida desde dentro, con un horizonte claro. Pinocho, si hubiese sido
arrojado al fuego, habría ido como hombre. Voluntariamente.
Ese gesto lo inicia en un camino. No es el final, es el
comienzo. Convertirse en una persona de verdad no ocurre de golpe. Es una
tarea. Un viaje. Pero este paso lo separa para siempre de las marionetas.
Una historia que
nos interpela
La historia de Pinocho continúa. Y también la nuestra.
Porque, como él, todos tenemos delante la posibilidad de perdernos en el circo, de vivir como marionetas o de responder a la llamada que nos constituye: ser nosotros mismos, de verdad.
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Mira el análisis
completo en Tinta y Caos, mi canal de youtube:
👉 https://youtu.be/ZMuiQ7v3m-8
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