sábado, 4 de octubre de 2025

Pinocho y el precio de ser uno mismo





 

Pinocho y el precio de ser uno mismo

Entre la libertad, la tentación y el destino

 

 

El viaje desde la madera

La historia de Pinocho es, en el fondo, la historia de todos. No es sólo la aventura de un trozo de madera que desea convertirse en niño, en un bambino davvero, sino el relato simbólico del camino hacia una humanidad plena.

Su itinerario —la nariz que crece al mentir, el País de los Juguetes, la transformación en burro, la amistad con el Grillo parlante o el descenso al vientre del monstruo donde encontrará a su padre— no es una sucesión de anécdotas: es una travesía existencial. Cada episodio representa un obstáculo, una prueba, una decisión que define la distancia entre ser y llegar a ser.

Y el resultado no está garantizado. Porque ser persona no es un estado, sino una conquista. Se puede fracasar. La vida es seria.

Tentación en el camino: el circo y la fuga

Todo empieza cuando Geppetto, como padre y formador, viste a Pinocho, le da libros, le señala el camino hacia la escuela. Le proporciona todo para crecer. Pero en ese camino recto aparece la tentación: un circo se cruza ante él, y decide desviarse. Siempre habrá tiempo para estudiar —piensa—, hoy quiero divertirme.

Lo que encuentra en el circo son muñecos de madera, otros como él. Se alegra, se abrazan, celebran el encuentro. Pero el espectáculo se interrumpe y estalla el desorden. Aparece entonces Comefuego, el dueño del teatro.

El titiritero y la lógica del mundo

El teatro no es un lugar de amistad, sino un sistema. Para Comefuego, las marionetas sólo tienen valor si sirven al espectáculo. Cuando dejan de servir, alimentan el fuego con el que cocina su cena.

Comefuego ve a Pinocho y decide echarlo al fuego: no le sirve para otra cosa. Pero ocurre algo inesperado. Pinocho, ante la amenaza, no se limita a temer. Se rebela. Suplica ayuda: “¡Papá, socorro!”. Y en ese grito ocurre la revelación.

Tener raíces: la diferencia esencial

Pinocho tiene padre. Y eso, para Comefuego, es inaudito. Las marionetas son, como Pinocho, de madera pero no tienen padre. No tienen raíces. Simone Weil diría que están desarraigadas, perdidas en la lógica de la utilidad. Pero Pinocho fue querido, formado, pensado para la plenitud.

Eso lo cambia todo. Porque tener raíces, haber sido amado, implica también una responsabilidad: no estamos solos, ni somos piezas desechables del sistema. Estamos llamados a más. De hecho, eso significa ser persona: que podemos dar siempre más, que nuestra realidad no agota nunca nuestras posibilidades.

El sacrificio de Arlequín

Comefuego se emociona ante lo que ve, y decide perdonarle la vida a Pinocho. Pero tiene que comer. Alguien debe ir al fuego. Elige a Arlequín, amigo y hermano de Pinocho.

Y ahí, Pinocho comprende algo crucial: su salvación ha provocado la condena de otro. Asume la carga. Y dice: “Entonces ya sé cuál es mi deber. Atadme a mí y arrojadme al fuego. No es justo que Arlequín muera por mí”.

Este momento es decisivo. No sólo porque Pinocho acepta su culpa, sino porque asume el control de su vida. Sócrates diría que es libre porque no teme a la muerte.

La libertad no es evasión

Pinocho no es arrojado al fuego, pero está dispuesto a ir. Y eso lo cambia todo. Su gesto no lo convierte aún en un hombre, pero marca un hito que lo aleja de las marionetas. Porque el paso hacia la humanidad empieza cuando uno asume sus circunstancias y decide, desde dentro, cómo responder a ellas.

No se trata de tener libertad absoluta. Nadie elige su cuerpo, su lengua, su época. Pero sí podemos elegir qué hacer con lo que nos ha sido dado.

Nietzsche lo expresa con precisión:

“¿Libre te llamas a ti mismo? No me digas que has escapado de un yugo; dime cuál es tu pensamiento dominante.”

Ser uno mismo es elegir

La libertad auténticamente humana no consiste en escapar de los hilos del titiritero ni en esquivar el fuego. Consiste en gobernar la propia vida desde dentro, con un horizonte claro. Pinocho, si hubiese sido arrojado al fuego, habría ido como hombre. Voluntariamente.

Ese gesto lo inicia en un camino. No es el final, es el comienzo. Convertirse en una persona de verdad no ocurre de golpe. Es una tarea. Un viaje. Pero este paso lo separa para siempre de las marionetas.

Una historia que nos interpela

La historia de Pinocho continúa. Y también la nuestra.

Porque, como él, todos tenemos delante la posibilidad de perdernos en el circo, de vivir como marionetas o de responder a la llamada que nos constituye: ser nosotros mismos, de verdad. 


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Mira el análisis completo en Tinta y Caos, mi canal de youtube:

👉 https://youtu.be/ZMuiQ7v3m-8

 

 

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