miércoles, 1 de octubre de 2025

Contra el ruido

 






Contra el ruido

Vínculos y verdad en tiempos de desconexión

 

 

 

Vivimos en una época ensordecida. No se trata sólo del ruido externo —los dispositivos, las notificaciones, el constante flujo de imágenes y mensajes—, sino también del ruido interior: esa incapacidad creciente para estar a solas con uno mismo, para escuchar sin ansiedad, para hablar sin impostura. Hay una cultura del ruido que no es accidental: forma parte de una estrategia de fondo para distraernos de lo esencial.

No extraña, por tanto, que junto al ruido prolifere el desarraigo. En muchos casos, ya no sabemos de dónde venimos ni hacia dónde vamos. Hemos perdido vínculos: con otros, con la tradición, con la realidad misma. Y sin vínculos, nos debilitamos. El ser humano necesita estar ligado a algo mayor, algo que le preceda, le sostenga y le dé sentido. Sin ese anclaje, incluso las convicciones más firmes pueden diluirse.

Uno de los síntomas más llamativos de esta cultura del ruido y la desconexión es el miedo a la intimidad. Vivimos hiperconectados, pero casi nunca en contacto real. Lo vemos cada día: una mesa llena de móviles pero vacía de miradas; una pantalla saturada de noticias y, sin embargo, carente de verdad. Nos cuesta mirar a los ojos, sostener la palabra dada, entregarnos con profundidad. Preferimos la comodidad de las máscaras, los discursos prefabricados, la identidad fragmentada. Pero el alma —como la tierra— no puede florecer si se le priva del humus del vínculo.

A esto se suma una pérdida progresiva de la verdad. La verdad ya no es algo que se descubre con asombro y humildad, sino que se fabrica, se negocia, se adapta, incluso se deforma, a conveniencia. En este contexto, la idea de que existe una verdad que me precede, que no me pertenece, que puede incluso herirme y salvarme, se vuelve casi subversiva. Pero quizá ahí radique su potencia.

Recuperar el vínculo con la realidad pasa por reeducar la mirada. Significa aprender a estar presentes, a escuchar de verdad, a decir lo que pensamos y sostenerlo, incluso cuando duela. Supone también resistir la tentación de la ironía constante, del escepticismo cómodo, de la parálisis disfrazada de lucidez. Porque sin verdad, no hay vínculo posible; y sin vínculo, la vida se descompone.

No se trata de nostalgias ni de idealismos. Se trata de volver a apostar por lo real. De volver a mirar a los demás —y a uno mismo— como algo digno de ser conocido, amado, acompañado. El entusiasmo por la realidad empieza ahí: cuando dejamos de protegernos y empezamos a entregarnos.

La esperanza no está en la técnica, ni en el control absoluto, ni en nuevas formas de distracción. Está en algo más sencillo y exigente: volver a hablar con hondura, a mirar con respeto, a vivir con verdad. Y entonces, entre tanto ruido, descubramos de nuevo el silencio fértil donde nace lo humano. Porque sólo ahí, en ese silencio, volvemos a escucharnos.



Publicado en la Sección "Entusiasmo por la realidad" de la revista Letras de Parnaso, Año XII (II Etapa), nº 94 (Octubre 2025), ISSN 2387-1601, p. 41:

 

 Enlace Revista (formato PDF para imprimir)

https://www.los4murosdejpellicer.com/EdicionesyPortadasPD/Edicion%2094%C2%A9.pdf


Enlace Revista (visualización en línea formato libro)

https://www.calameo.com/read/00055259210955aadbe90


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