Decía Aristóteles que el ansia de saber está inserto en la naturaleza humana; hoy habría dicho que está en su ADN. De modo que, si en algún hombre no se manifiesta, habría que hablar de una anomalía, una deformidad, en suma.
Algo de esto
parece pasar hoy, si entiendo bien a Houellebecq cuando dice:
«El deseo de
conocimiento es curioso… Muy poca gente lo siente, ¿sabe?, incluso entre los
investigadores; la mayoría se conforman con hacer carrera, se desvían
rápidamente hacia la administración; sin embargo, en la historia de la
humanidad tiene una tremenda importancia»,
Houellebecq, Las partículas elementales, 269
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