Lo que justifica una vida en el ámbito humano, es decir, una vida individual, una familia, una institución o toda una cultura como la occidental, es que tienen sentido, que están para algo. Ese algo tiene muchos nombres: sentido, tarea, misión, vocación…, que por nombres no va a quedar.
Cuando lo humano (individuo
o institución, tanto da) se limita a dejar transcurrir el tiempo lo más
gozosamente posible pero se olvida el sentido, ya no merece la pena.
Esto le ocurrió a
los lotófagos de la Odisea, según cuenta Homero. Y algo de esto le entiendo a Houellebecq
cuando dice:
«se están extinguiendo con serenidad […]. De hecho, asombra ver la dulzura, la resignación y tal vez el secreto alivio con los humanos aceptan su propia desaparición»,
Houellebecq, Las
partículas elementales, 315
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