Todos los días muere gente. Según vamos cumpliendo años, muere más y más gente conocida.
Es un dato, un
hecho.
No obstante,
parece como si eso no fuera con nosotros. Como si supieramos que, en el fondo,
somos inmortales.
Algo de de esto
le entiendo a Houellebecq cuando dice que
«el hombre no está hecho para aceptar la muerte: ni la suya ni la de los demás»,
Houellebecq,
Las partículas elementales, 284
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