A los animales les basta una buena vida, un tiempo para llevar a cabo las posibilidades de su naturaleza que, al final, son modos de comer, crecer, reproducirse y morir.
A los animales les
basta.
Al hombre le sabe
a poco. Falta algo importante. O algo de esto le entiendo a Houellebecq cuando
dice que
«la vida siempre nos rompe el corazón. Por mucho valor, sangre fría y humor que uno acumule a lo largo de su vida, siempre acaba con el corazón destrozado. Y entonces uno deja de reírse. A fin de cuentas ya sólo quedan la soledad, el frío y el silencio. A fin de cuentas, sólo queda la muerte»,
Houellebecq, Las partículas elementales, 292
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