De Gila al caganer
Manuel Ballester
Cuando
algo sale mal, buscamos culpables.
Aquello
de Gila de que “alguien ha matado a alguien” tiene su gracia porque rompe lo
que esperamos saber: quién es el asesino.
Parafraseando
a Gila podríamos decir que, en el asunto de Cataluña, alguien ha elevado a
categoría cósmica el caganer, esa entrañable e idiosincrática aportación de
Cataluña a la cultura universal. Lo que varía es a quién se le endilga la
responsabilidad. Repasemos algunos candidatos.
Quienes
llevan años machacando con el Espanya ens
roba, ahora sólo tienen que añadir que Espanya
ens roba i ens mata. Fácil: España, el Estado español, es el culpable. El
estado central ha ninguneado las legítimas aspiraciones del pueblo catalán,
guiado por sus líderes (democráticamente elegidos) y expresadas en unas
votaciones de cuya limpieza y transparencia sólo dudan los medios de
comunicación españoles (es decir, enemigos).
El
enemigo exterior siempre es muy socorrido, pero no faltan partidarios del
enemigo interior. Así, hay quien opina que los líderes (políticos elegidos
democráticamente) han llevado al pueblo hasta esta situación insostenible: ¿no
sabían que las empresas se irían?, ¿no sabían que hay una Constitución? Eran
ignorantes; ¿lo sabían? Eran unos fanáticos y unos mentirosos. Y se han largado.
En suma, los políticos son el caganer.
Aún dentro
de la versión del enemigo interior, pudiera ser que los líderes sí que supieran
lo que se hacían, sí fuesen conscientes del sufrimiento que se iba a producir.
Pero que confiasen en que el pueblo catalán, el mismo que les había votado
encomendándoles la gloriosa tarea de construir la nueva e imperial Catalunya,
ese poble, digo, sería capaz de
sobrellevar los esfuerzos de, pongamos, una huelga general, un incremento del
paro, una huida de empresas, un descenso del turismo, una pérdida de la Agencia
Europea de Medicamento: minucias comparadas con la gloria venidera. Pero no. El poble catalá ha dicho una vez más que la
pela es la pela. Todo el mundo sabe que il
sangue del soldato fa grande il capitano, la sangre del soldado hace grande
al capitán, y el decepcionante pueblo catalán no ha estado suficientemente
comprometido con la causa. El poble
es el caganer. Los líderes, humillados y ofendidos por la falta de compromís, no han tenido más remedio que
emigrar a Bruxelas, los pobres.
Tenemos,
sintetizando, tres candidatos a caganer: el pueblo, que está por la fiesta y
las barricadas, pero no está dispuesto a llegar hasta el martirio por la causa;
los líderes, que están por dar el do de pecho como en La liberté guidant le peuple de Delacroix pero sólo si los
cadáveres les hacen de peana: nada de jueces, tribunales, cárceles y fianzas;
y, finalmente, el Estado español que con su brutal despliegue de fuerzas de
ocupación, ha oprimido a líderes y pueblo.
Apurando
el argumento de modo que voy preparando ya mi candidato, podríamos decir que,
en realidad, ha sido la intervención del Estado la que ha obligado a los
catalanes (líderes o pueblo) a bajarse el calzón y ponerse en modo caganer.
Coincido
en un aspecto: la clave es la intervención del Estado. Pero no del modo en que
se ha dicho.
No
faltan gentes pacíficas, enemigos de follones que dicen: “Si quieren irse, que
se vayan”. Y yo, que soy muy del laissez
faire, estoy por darles la razón. Pero me da que, en este caso, la cuestión
es otra.
Es
sabido que cuando un matón requisa bocadillos o reparte pescozones a
cascoporro, o se le paran los pies o va a más. En manos de los sabedores de
acoso está el denunciar. Pero parar el matonismo, evitar el acoso y derribo del
débil, es tarea de la autoridad (profesor, escuela, policía). Si la autoridad
no actúa, la denuncia es incluso contraproducente y sólo cabe el exilio, el
sometimiento o el rufianesco síndrome de Estocolmo.
Los
catalanes llevan décadas sufriendo el matonismo de los nacionalistas. En la
escuela, los medios de comunicación y en la iglesia, como mandan los cánones de
Gramsci. Y eso lo supo Felipe González (cuya Logse
del 1990 ha permitido que, desde entonces, el adoctrinamiento haya ganado
terreno en las aulas al tiempo que, de
facto, se ha impedido el aprendizaje del español en las escuelas
catalanas). Y lo supo Aznar (que hablaba catalán en la intimidad y ni paró los
desmanes de la Logse ni se enteró
de los asuntos del 3% de su socio Pujol). Si Zapatero además de que España era
un concepto discutido y discutible supo algo más, quizá fue esto. Y de Rajoy,
¿qué decir? A un gallego le ha tocado tomar la decisión enérgica que no ha
tomado ninguno de sus predecesores. La ha tomado a la gallega, consiguiendo
cabrear a todos por igual: a los matones por querer poner orden cuando ya se habían
hecho los dueños de la masía; a los catalanes que quieren seguir siendo
españoles, por tomarla tan tarde. Y al resto de los españoles porque se ha
hecho evidente que el Estado, que sufragamos hasta cuando vendemos una sudadera
en Wallapop, no ejerce. El Estado no ha estado en Cataluña desde hace décadas.
¿No
sabía el Estado, de González a Rajoy, que en Cataluña se adoctrinaba, que a los
españoles residentes en Cataluña se les impedía recibir enseñanza en español?
¿No sabía de las directrices que instaban a los maestros a no dejar ir al baño
a los alumnos que no lo pidieran en catalán? ¿No sabía el Estado que un
ciudadano catalán puede rotular su negocio como Marypeppins snack bar pero si lo llama Bar Manolo. Tapas variadas recibe una multa de la Generalitat? ¿No
era misión del Estado español defender a los españoles residentes en Cataluña
frente a ese matonismo de los nacionalistas? No se ha hecho, el matón se ha venido
arriba y Manolo ha tenido que cerrar el bar, reconvertirse y enseñar a su hijo
a pedir ir al baño en catalán, para evitar que el niño tenga que hacer de
caganer en cualquier acera.
Un
Estado así es un peligro. Porque cederá. Volverá a ceder (en el pacto
educativo, seguro). Y da igual que hablemos de Cataluña, de terrorismo, de
familia, de LGTB o de inmigración. Cederá. No defenderá a sus ciudadanos.
No
extraña, por eso, que algunos aprovechen la debilidad del Estado para obtener
privilegios. Y que otros, hastiados del sistema, reclamen un Estado firme. No
más leyes, sino un Estado que haga cumplir la ley y que, por eso, genere
confianza y seguridad en sus ciudadanos.
Partidos
de reciente factura (Vox, Avanza) van, si no me equivoco, en la dirección del Make Spain Great Again. Que todo el arco parlamentario
haya reaccionado denominándolos ultra-algo (conservadores, nacionalistas,
españolistas) llenará de orgullo y satisfacción al ministro de educación: hay
acuerdo, tenemos pacto. O, lo que es lo mismo, el caganer es el Estado.
También en
http://grupogiges.es/110-2/
http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2017/11/24/gila--caganer/877821.html
También en
http://grupogiges.es/110-2/
http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2017/11/24/gila--caganer/877821.html
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