El llamado “intelectual”
podría constituir el ingrediente más noble de la sociedad.
Podría asumir sobre sí la
tarea de aclarar las cosas, de señalar a los demás por dónde anda la verdad y
el bien. Podría, incluso, asumir la tarea señalada por Marx: comprometerse en
la transformación del mundo. Y podría ocurrir que ese compromiso supusiera un
esfuerzo por plasmar la verdad y el bien; la belleza, en suma.
No faltan, sin embargo,
quienes, al decir de J. Benda en La trahison des clercs, se han vendido a las pasiones políticas. Y que,
como intelectuales engagés se
diferencian del clásico bufón en que no tienen gracia, y se le parecen en su
servilismo a las ideologías más antihumanas que ha visto la historia.
Y algo de esto le
entiendo a Ortega. Ahí lo dejo. Por si interesa:
«Desde hace muchos años
me ocupo en hacer notar la frivolidad y la irresponsabilidad frecuentes en el
intelectual europeo, que he denunciado como un factor de primera magnitud entre
las causas del presente desorden»,
Ortega y Gasset, La rebelión de las masas.
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