El hombre es un microcosmos. Un maravilloso mundo. En su interior bulle lo mejor y lo peor, lo tremendo y lo tierno. En él resuena lo tierno, tremendo, mejor y peor del cosmos. Como si estuvieran hechos por el mismo artífice, a distinta escala. Y con algún misterioso motivo.
Quizá por eso somos capaces de disfrutar (y de sufrir) con
todo. Algo de esto le entiendo a Claudel:
«El orden es el placer de la razón, pero el desorden es la delicia de la imaginación;
L’ordre est le plaisir de la raison: mais le désordre est le
délice de l’imagination»,
Paul Claudel, Le soulier de satin: Le pire n’est pas
toujours sûr.
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