jueves, 4 de marzo de 2021

Zorbas, el gato

 


Zorbas, el gato

 Historia de una gaviota y el gato… 03

 

Manuel Ballester

 

 

No es ningún secreto que en esta historia en la que estamos hay un gato y una gaviota, por lo menos. En el capítulo primero aparecen gaviotas; en el segundo, un gato.

Presentar a los personajes antes de que se desarrolle la acción es un proceder de buen escritor.

En este capítulo se presenta Zorbas. Es un gato grande, negro y gordo.

Está en su lugar favorito, el alféizar de la ventana, viendo como “el niño”, va cargando la mochila para irse de vacaciones. El niño habla pero es un personaje sin nombre en esta historia. Está de paso por la fábula, aunque, en opinión de Zorbas es, más que un gran chico, «¡Es el mejor!», es un humano estupendo que dedica parte de su tiempo a limpiar la caja de Zorbas, parte de su dinero a comprarle unas galletas «deliciosas, crujientes y con sabor a pescado» y sus mejores momentos a «pasar horas juntos en el balcón, mirando el incesante ajetreo del puerto».

Es un gran muchacho, ha domesticado al gato. En el capítulo anterior conocimos a las gaviotas, tantas veces usadas como símbolo de la libertad o, más precisamente, como símbolo de ese tipo de libertad que se opone a las ataduras. El gato tiene reglas, lazos, pero es libre y feliz. Sabemos que eso es posible. Sabemos que carecer de ligaduras no es sinónimo de libertad o, al menos, que la libertad es más. Y, en cualquier caso, felicidad y libertad no son lo mismo.

El gato tiene casa que, en latín, se dice domus. Por eso domesticar significa ni más ni menos que acostumbrar a alguien a vivir en compañía de otros, según las reglas de convivencia que rigen una casa. En las relaciones animal-hombre, domesticar significa conseguir que el animal aprenda a comportarse según unos patrones de conducta humanos, es decir, pensados, meditados, sensatos: culturales. Y eso hace el niño: introduce al gato grande, gordo y negro en lo mejor de la convivencia humana, ese trato hecho de palabra afectuosa, respaldada con tiempo dedicado, trabajo eficaz y gozo compartido. Y esta vida doméstica no es ajena a las normas, a los ritos, facilita la plenitud sin garantizarla porque el éxito de la vida humana no puede estar garantizado: si fuese necesario, no seríamos libres. Y, aunque libertad y felicidad no es lo mismo, son importantes.

Zorbas ha recibido lo mejor que el hombre sabe dar. También ha compartido sus sueños y anhelos: de viajar, de ver otros mundos, de ampliar con su acción los límites. De ir más allá, siempre más.

Zorbas tiene una buena vida. Puede, por eso, estar agradecido y ser generoso.

 


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