sábado, 19 de agosto de 2017

Violencia y política

Si todos fuésemos buenos no haría falta policía, ni cárceles. Porque las calamidades serían fenómenos naturales o distracciones. Simples accidentes. Como un tsunami o un conductor que se duerme al volante, el pobre.
Si todos fuésemos buenos, el Estado debiera limitarse a avisar del tsunami y hacer prevención. Y los ciudadanos, a poner velitas y a llorar.

Pero si hubiese alguien malvado, el Estado debiera pararle los pies. Con contundencia. Con violencia si hace falta. El Estado tiene el monopolio de la fuerza para defender a los ciudadanos.

Si el Estado no cumple, pierde su razón de ser. Pone en peligro la tranquilidad (cada uno podría pensar que, puesto que el Estado no me defiende, me defiendo yo) y pone en peligro el propio marco cultural que nos ha costado siglos de esfuerzo.
Quienes ostentan la representación política son responsables. Por ignorancia, pereza o cobardía. No como quienes atacan sino como quienes no defienden, acogen y amparan al enemigo en tiempo de peligro.

Algo de esto le entiendo a Ortega. Y ahí lo dejo. Por si interesa:

«La civilización no es otra cosa que el ensayo de reducir la fuerza a ultima ratio»


Ortega y Gasset, La rebelión de las masas

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