El mundo produce un efecto sobre nosotros. Nos afecta, lo sentimos agradable o molesto. Y en función de esos sentimientos, podemos acercarnos o alejarnos. Pero en ese movimiento importamos nosotros, no el mundo.
Podemos dirigirnos al mundo no desde la sensibilidad sino “para
arrancarle sus secretos”, que diría Bacon. Pero en ese movimiento volvemos a estar
en primer término, ahora para conocer.
En ninguno de estos
modos se produce lo específicamente humano: la apertura, dejar ser a las cosas
(mundo y hombre), prestar oído atento y todo ello para cuidar.
Algo de esto le entiendo a Hölderlin, cuando dice:
«Quien se limite a aspirar el perfume de esta flor mía no
llegará a conocerla, pero tampoco la conocerá quien la corte sólo para aprender
de ella;
Wer blos an meiner Pflanze riecht, der kennt sie
nicht, und wer sie pflükt, blos, um daran zu lernen, kennt sie auch nicht»,
Hölderlin, F., Hyperion oder Der Eremit in Griechenland, Vorrede.
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